Novelas mexicanas con espíritu policiaco que han alcanzado la pantalla grande

Novelas mexicanas con espíritu policiaco que han alcanzado la pantalla grande

El film noir es un género cinematográfico que, con sus personajes sumergidos en la fatalidad y visiones de las entrañas de la ciudad alargándose interminables bajo las sombras de edificios opresivos, se define por su estética heredada de la representación pesadillezca del expresionismo alemán. Este tuvo su variante en nuestro país, con una especie de cine negro de arrabal que incluso alcanzó el interior de la República y dio producciones emblemáticas, algunas de ellas basadas en novelas que lucen como sórdidos y al mismo tiempo fascinantes retratos de la idiosincrasia mexicana en épocas muy específicas.   

Uno de los ejemplos más claros es la obra del guanajuatense Jorge Ibargüengoitia, Dos crímenes (1979), en la cual tras una tertulia con ínfulas políticas un ingeniero es acusado de formar parte de un grupo de agitadores responsable de incendios y otros actos delictivos, lo que lo lleva a ocultarse con unos parientes en el apacible pueblo de Muérdago.  

Aquí el entramado familiar contextualizado en la provincia se convierte en el tejido muestra de la estructura social de las grandes urbes, donde la mentira y la manipulación son parte de un mecanismo intrínseco que fácilmente resquebraja los vínculos de sangre, la supuesta militancia y las ideologías.  

La normalización del cinismo con el que el protagonista construye la fachada de un negocio inexistente para sacarle dinero a su tío y ocultar su pasado, así como los encuentros sexuales entre primos y los cambios de actitud a conveniencia tanto de familiares como de servidores públicos, adquieren una apabullante carga de humanidad gracias al tono de tragicomedia sostenido en la narración, que alterna la voz inicial del perseguido con la de un detective improbable. 

Es por ello que resulta inevitable conectar el vergonzoso asunto que se viste de desencantada ironía al consumarse los dos crímenes que menciona el título con los descarados comportamientos de nuestra actualidad, plagada de “tejes y manejes” que van de lo íntimo a lo laboral explotando en las cúpulas de poder.  

Claro que, si hablamos de esta novela que en 1995 redundó en una película dirigida por Roberto Sneider, no podemos dejar de mencionar Las muertas (1977). En ella con base en el escabroso caso real que escandalizó a nuestro país y se convirtió en la película Las Poquianchis (1976),  Ibargüengoitia desarrolla un relato que detona con la que podría considerarse una de las parejas por excelencia del género, un perdedor y una mujer fatal, apuntándose en la línea de los romances criminales que han dado pie a producciones fílmicas como Bonnie y Clyde (1968) o Profundo carmesí (1996), luciendo rasgos patológicos de dependencia y obsesión cual fiel reflejo de lo que hoy se definiría como pareja tóxica. 

Claro que todo el asunto, que involucra a personajes a veces llamados por simples motes para lograr la familiaridad inmediata con el lector vía un aparente estereotipo, acorralados por la miseria y la ilegalidad e implicados en asesinatos, tortura y prostitución, tiene como escenario burdeles, hoteles y hasta casinos en los barrios de provincia de los setenta, descritos a través de una especie de testimonios con aire periodístico, que dan forma a una crónica cuyo tremendismo raya en la sátira de un universo que, pese a los años de distancia, aún posee una vigencia perturbadora.  

  

Por otro lado, también tenemos un verdadero clásico, El complot mongol (1969), de Rafael Bernal y editado por Joaquín Mortiz, que además de dar pie en 2018 a una estilizada producción fílmica de Sebastián del Amo, plagada de misteriosas atmósferas que rayaban en el ensueño, también ha sido adaptada al mundo de las viñetas en formato de novela gráfica. Aquí el protagonista no es otro que el típico investigador machista y de filosofía derrotista, marcado por los resabios del convulsionado periodo posrevolucionario, cuyo buen corazón lo mantiene en pie pese a todo y con la capacidad de volver a sentir.  

Se trata de Filiberto García, exejecutor de un viejo general que, al atender un nuevo “encargo”, queda en medio de una conspiración también monitoreada por agentes de la KGB y el FBI, lo cual lo llevará no solo a internarse en el Barrio Chino, sino a posar su mirada y sentimientos en una joven asiática, la consabida chica desamparada. 

Aquí estamos ante mucha de la materia prima ideal para el cine negro de arrabal, es decir, el lenguaje florido y las atmósferas de sucia sensualidad con tufo de alcoholismo añejo y barato, llenas de violencia y generadas entre cantinas, cabarets y cafés ubicados en calles emblemáticas del entonces Distrito Federal, donde se desarrolla una trama de traiciones y muertes, con el típico romance malogrado incluido.  

Pero lo mejor, sin duda, es la carga de humor negro y amargura que le sirve al relato para enfatizar la hipocresía de los ideales de progreso que se vendían desde el Gobierno y evidenciar, mediante el uso de términos que sobre todo vienen de los monólogos internos del protagonista, la xenofobia reavivada con la paranoica visión de un escenario político mundial inmerso en la Guerra Fría.  

Ahora que si hablamos de detectives a la mexicana que han alcanzado la pantalla grande e incluso el mercado casero vía producciones como Días de combate (1994) y la reciente serie de Netflix (2022), respectivamente, tenemos que mencionar la creación de Paco Ignacio Taibo II, el mismísimo Héctor Belascoarán. 

El personaje, que ya acumula una decena de aventuras en papel, le sirve al autor para jugar con el estereotipo, rompiéndolo al otorgarle un poco glamoroso origen como insatisfecho ingeniero que cambia de profesión el día que su esposa cambia la alfombra, para luego aprovecharlo al generar situaciones típicas a partir de casos que la policía no ha podido resolver, dando pie a resoluciones tan inusuales y casi ridículas como el propio curso por correspondencia con el que Belascoarán ha aprendido a ser un detective.  

Es este desenfado que bordea la autoparodia lo que en las diferentes aventuras de Belascoarán enfatiza el descaro y la corrupción que carcome las instituciones de nuestro país, más preocupadas por manipular la opinión pública que por resolver los asesinatos y desapariciones, que pasan a ser simples estadísticas, mientras entrega un retrato de ese mundo análogo con sus pintorescos modismos, donde la televisión y la radio marcaban el paso del día a día.  

He aquí, pues, un puñado de cautivadores pasajes que hacen suyo el espíritu de la novela negra y aciertan al retomar de nuestro imaginario cotidiano los elementos necesarios para generar su propia identidad y, por lo mismo, alcanzar la pantalla grande.  Dos crímenes, Las muertas, El complot mongol y Belascoarán son publicadas por Grupo Planeta.  

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