Treintaiún cuentos para leer en continuidad

Treintaiún cuentos para leer en continuidad

Con la reciente condecoración del Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español (2023), que se suma al Premio Cervantes (2013) y a la prestigiosa beca Guggenheim, entre otros, Elena Poniatowska (París, 1932) continúa prevaleciendo como una de las escritoras contemporáneas más importantes de la lengua castellana. Su literatura fluye con una forma de narrar que reside en la mirada confesional de los momentos convulsos de la historia nacional, pero que al mismo tiempo está repleta de arte, de giros narrativos, de una sensibilidad digna de una autora que sigue creando libros de lectura obligatoria.

Hojas de papel volando es una antología que contiene, por un lado, veintiún cuentos publicados en distintas ediciones —en particular De noche vienes (1979) y Tlapalería (2003)—. Como “Chocolate”, que cuenta la historia de una abuela que adopta hasta treinta perros callejeros (e incluso al indigente dueño de Chocolate). O “El corazón de alcachofa”, en el cual Poniatowska regresa el “rito sacramental” de la vida familiar de deshojar y comer esta planta hasta llegar a su corazón… o al corazón de la familia; también “Coatlicue”, de similitudes o continuidades con la relación de amor-odio entre Teleca y su criada Lupe en “Love story”, donde la autora desarticula el imaginario nacional mexicano al invocar la cosmovisión azteca, remitiendo a la diosa de la fertilidad, que trabaja como jardinera y es producto de rechazo de su patrona; o “Tlapalería”, una disparidad de voces que se mezclan a la vera de distintas manos —geológicas, cósmicas, pequeñas, de plomero, de albañil, de jardinero— y diálogos en el mostrador de una tlapalería. 

La emoción visual, con risa, desparpajo, ironía y parodia, sumergida en lo íntimo, pero con compromiso social, deja vislumbrar el amor por la literatura y la pintura, la amistad, las relaciones sexoafectivas. 

Por otro lado, a estos cuentos se suman otros diez inéditos con la marca de estilo de la autora: emoción visual, risa, desparpajo, ironía y parodia, sumergida en lo íntimo, pero con compromiso social, que deja vislumbrar el amor por la literatura, la pintura, la amistad, las relaciones sexoafectivas y la distribución de los roles de género tejidos bajo una pluralidad de voces y perspectivas. “Las pachecas” narra un mundo donde afloran las miserias humanas, personificadas en adictas que sufren abandono sexual y emocional de niñas: “allí nadie tiene familia, nadie tiene pasado, nadie anda investigando, eso se lo dejan a la tira. La calle es la casa”. 

Poniatowska narra un mundo polifónico que se abre a las voces silenciadas y, en especial, al carácter subalterno de las mujeres. Lleva a un primer plano las dificultades que estas sufren para asumir, afrontar y poner en acción su deseo, la construcción de su identidad, en una realidad que las agobia. “La ruptura”, por ejemplo, es un “desencuentro fundador de la pareja patriarcal” entre Manuela, que desea con intensidad pero a la vez quiere ser vulnerable y que un varón la acompañe, y Juan, un tigre conquistador que a la vez anhela una mujer que lo cuide. Esta escisión del deseo se observa aún más cuando tiene un objeto o sujeto que rompe con la heteronorma, como la patrona dueña de la casa con Coatlicue: “Se adelantó hacia mí y me di cuenta de que yo también había ido hacia ella impulsada por un magnetismo irresistible (…). Su aliento en mi cuello me excitó. Qué experiencia tan misteriosa, qué sorprendente mi propia naturaleza”.  

En Hojas de papel volando Poniatowska aplica a su prosa lo que Sylvia Molloy llamó “flexión de género”, un procedimiento de escritura que se vale del trabajo con el narrador y las estrategias retóricas sobre las memorias colectivas y la construcción de una identidad sexo-disidente para preguntar por el género, ya sea sobre el cuerpo o las prácticas que rompen con la norma heteropatriarcal, con el fin de desestabilizar las representaciones dominantes.  

Memoria, autobiografía y el género que transgrede son esenciales e indispensables en la escritura de Poniatowska, que busca liberarse de estéticas y enfoques genéricos y discursivos fijos. En “La felicidad” el monólogo interior fluye sin ningún punto y aparte y con un exceso de comas, mientras que en “Cine Prado” la autora se vale del género epistolar para narrar la historia de un espectador mexicano cuya pasión por una estrella de cine francesa lo lleva a enviarle una carta ofendido.

La mirada de Poniatowska narra un mundo polifónico que se abre a las voces silenciadas y, en especial, al carácter subalterno de las mujeres. 

Así como en Las siete cabritas (2000) narra la historia de siete mujeres-lobas, en Hojas de papel volando la escritora mexicana recuerda que las mujeres son protagonistas activas y necesarias en la crónica popular, social e histórica, al romper con los paradigmas del patriarcado. Sin embargo, aun con estas potencialidad sobre el género, se lee una montaña rusa de sensaciones que regresan en forma de fábulas de lo cotidiano, donde muchas veces lo que debería ser un espacio de protección retorna en forma de tragedia. 

Hojas de papel volando, como toda la obra de Poniatowska, debe leerse en clave de continuidad y transgresión respecto de sus otras producciones. Ese estado de mezcla, esa porosa zona de indeterminaciones que parte de un mestizaje emocional e intimista, pero se expande hacia los bordes socioculturales e históricos (de orígenes, de géneros sexo-discursivos, de la ficción y de lo autobiográfico, de la crónica periodística, de la verosimilitud y de la verdad), es donde la autora halla repentinos quiebres o brotes para explicar los cambios y las revoluciones de paradigma. 

Hojas de papel volando, de Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Nació en París en 1932, pero con tan sólo nueve años se trasladó a México. Su carrera se inició en el ejercicio del periodismo. Por esta labor se le entregó en 1978 el Premio Nacional de Periodismo en México. Ha sido nombrada doctor honoris causa por ocho universidades y galardonada con el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 2002. Entre sus novelas destacan: Lilus Kikus (1954), Hasta no verte Jesús mío (1969), Premio Mazatlán,La noche de Tlatelolco (1971), Premio Xavier Villaurrutia, Querido Diego, te abraza Quiela (1978), La Flor de Lis (1988), Tinísima (1992), Premio Mazatlán, La piel del cielo (2001), Premio Alfaguara, y El tren pasa primero (2007), Premio Rómulo Gallegos. También ha escrito cuentos, reunidos en De noche vienes (1979) y Tlapalería (2003), libros de entrevistas, ensayos y crónicas. Su obra ha sido traducida a más de una decena de idiomas y su trayectoria como periodista y escritora ha sido reconocida con múltiples premios nacionales e internacionales.

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