Elena Poniatowska (París, 1932) acaba de recibir uno de los premios más importantes de su carrera, el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español (2023), que se suma al Premio Cervantes (2013), a la prestigiosa beca Guggenheim, entre otros reconocimientos. Su obra sigue tejiendo senderos literarios con la misma intensidad de sus comienzos. La gran maestría con la que sus textos y su carrera fluyen la hace, más que nunca, merecedora de estas distinciones. Gran parte de su forma de narrar reside en sus ojos de observadora, su capacidad de ser fiel testigo de una realidad que la atravesó desde su infancia y de animarse a encontrar las palabras justas para llevar todas esas vivencias a nuestra biblioteca.
Las siete cabritas (2000) es una novela ambigua de clasificar, que pareciera responder al tipo textual del ensayo periodístico, pero todas esas entrevistas, fotos, retratos y datos hacen que la categorización se dirima a favor de la ficción narrativa cuando la información que provee la autora permanece en estado de sospecha por su vaguedad y reserva de las referencias bibliográficas, notas al pie incompletas, inexactitud de las fuentes, y se escapa del rigor científico para valerse de distintos intertextos, a la vez que se nutre del chisme, de lo anecdótico, de los chistes que demuestran que el humor también es un espacio para la reflexión. En definitiva, el gesto de Poniatowska es homenajear a las precursoras de su literatura que la forjaron como escritora, activista y mujer en un mundo que, aún hoy, mantiene un paradigma difícil de corroer.
En Las siete cabritas Elena Poniatowska construye su propia serie fragmentaria y arbitraria (por no decir caprichosa) en la que enumera siete heroínas que ella misma se encarga de describir de manera biográfica-ficcional y que desafiaron a la sociedad mexicana del siglo XX: Frida Kahlo (1907-1954), Pita Amor (1918-2000) –consanguínea de Poniatowska–, Nahui Olin (1893-1978), María Izquierdo (1902-1955), Elena Garro (1916-1998), Rosario Castellanos (1925-1974) y Nellie Campobello (1900-1986), quienes representaron el presente para las mujeres en un trasfondo mexicano de posrevolución y reformas. Todos los capítulos, como todo homenaje, están acompañados de un retrato en blanco y negro de cada una de ellas. Y detrás de esa fila o ejército de fortaleza femenina está ella, Poniatowska: ¿la octava cabrita?
Todas ellas eran mujeres a la intemperie, rodeadas por una sociedad en la que el patriarcado era la única palabra válida, en la que juzgar el rol femenino era cosa de todos los días, más aún a sabiendas de una elección de vida asociada a la creatividad, a lo nuevo, a romper lo establecido. O bien estas cabritas terminaban devoradas por el lobo del patriarcado, como en el cuento “El lobo y las siete cabritas” de los hermanos Grimm, o bien, por haber sido calificadas como “locas” o por ser “satanizadas”; de ahí la elección del título de la autora: “opté por Las siete cabritas porque a todas las tildaron de locas y porque más locas que una cabra centellean como las Siete hermanas de la bóveda celeste”.
Las siete cabritas demuestran cómo romper los paradigmas del macho cabrío con los vientos de arena sociopolítica mexicana en su contra.
Como supo escribir la poeta y feminista argentina Alfonsina Storni en su poema “La loba”: “Yo soy como la loba. Quebré con el rebaño”. Las siete cabritas demuestran cómo romper los paradigmas del macho cabrío con los vientos de arena sociopolítica mexicana en su contra, en particular en cuestiones que tienen que ver con la exaltación de la figura y los derechos indígenas como identidad nacional, la liberación del cuerpo y el rechazo a lo largo del siglo XX de las mujeres muralistas. La novela no se queda en las infidelidades y abandonos de estas mujeres a manos de varones, sino que refunda estos desamores en clave de independencia y soberanía sobre sus cuerpos.
Luego de recorrer a modo de prólogo una galería de fotos de las siete cabritas, el primer capítulo invoca a Frida Kahlo, con un registro poético y literario, al narrar con cierto descaro en primera persona, en voz de la mismísima artista, “Me llamo Frida Kahlo. Nací en México. No me da la gana dar la fecha”, y sumergir al lector en su vida-obra: “Todo lo pinté, mis labios, mis uñas rojo-sangre, mis párpados, mis ojeras, mis pestañas, mis corsés”.
A partir del segundo capítulo, Las siete cabritas comienza a adquirir un tono más periodístico con la entrada en escena de Pita Amor, consanguínea de la autora y “una de las figuras más ruidosas de los cuarenta y los cincuenta”, caracterizada por sus poemas y vestuarios excéntricos, su narcisismo y su pluma de vanguardia, a quien se destaca por romper esquemas al igual que otras mujeres de su época catalogadas como locas. Poniatowska asume su parentesco: “Mi madre y Pita son primas hermanas, hijas de dos hermanos: Emmanuel, padre de Pita, y Pablo, padre de mamá”, y así este capítulo adquiere, gracias a sus anécdotas y referencias, un tinte testimonial.
Continúa con la pintora y poeta Nahui Olin, alias de Carmen Mondragón, para volcarse en el mito sobre su figura construido a partir de su relación con el Dr. Atl. Con un estilo provocativo y retórico, Poniatowska corta por lo más fino para caracterizar a María Izquierdo y su indigenización del arte, su amorío con Antonin Artaud… La quinta cabrita es la novelista y cuentista Elena Garro, conocida por ser pareja de Octavio Paz, quien también fue una activista por los derechos humanos y el derecho a la tierra de las comunidades indígenas. La sexta cabrita es la escritora, poeta y ensayista Rosario Castellanos, quien al igual que Garro volcó su arte para luchar por los derechos de las comunidades autóctonas en un México en constante reforma. Por último, se presenta a la séptima mujer de la serie, Nellie Campobello, y sus reflexiones en torno a la Revolución Mexicana, entre zapatistas y villistas, para promover la educación como única vía para el pueblo en cambio.
Si la sociedad mexicana hoy puede levantar el estandarte de ser tan cultivada en el arte es en gran parte por quienes dieron los primeros pasos e hicieron un espacio para la mujer en estos ámbitos.
Las siete cabritas con su talento e inteligencia (pero sobre todo su ingenio) rompieron con los roles de género de la sociedad mexicana, además de haber liberado siete frentes o barreras de batalla, son precursoras de toda mujer artista de México. Si la sociedad mexicana hoy puede levantar el estandarte de ser tan cultivada en el arte, con tantas autoras, pintoras, gestoras culturales, músicas, fotógrafas, cineastas, artistas de todo tipo, es en gran parte por quienes dieron los primeros pasos e hicieron un espacio para la mujer en estos ámbitos; hoy se sigue caminando por el sendero de la cultura. Poniatowska es una de las Salieri de muchas mujeres de hoy, pues lleva a la literatura nacional a lugares impensados de comprensión y calidad. “Algo irrepetible sucede con la cultura mexicana que se expande y se engrandece, se vuelve dominio del pueblo a la vez que alcanza dimensiones universales”.