Corría el año 1915, Europa era un sinfín de conflictos, se registraba el primer bombardeo aéreo de la historia —aviones franceses atacaban fábricas de explosivos alemanas en las ciudades de Oppau y Ludwigshafen—, los turcos cometían el genocidio armenio, la Primera Guerra Mundial estaba en su apogeo de violencia, el físico Albert Einstein presentaba ante la Academia Prusiana de las Ciencias su teoría de la relatividad general, en México Venustiano Carranza expedía la Ley del Divorcio, el Gobierno de Estados Unidos lo reconocía como presidente y la revista Die Weissen Blätter, de Leipzig, decidió publicar La metamorfosis, casi tres años después de que Franz Kafka terminara de escribirla y la guardase en un cajón a la espera de un editor.
Semejante logro histórico no sacó a Franz Kafka de su profunda depresión y su malestar con la propia existencia. Tampoco la edición en libro, que vio la luz dos meses más tarde, en diciembre del mismo año, gracias al editor alemán Kurt Wolff, le dio al autor ni un ápice de mejoría. Eran otros tiempos, mucho más duros, y esta novela corta, La metamorfosis, sería uno de los pocos trabajos que Kafka publicaría en vida, a pesar de tener una prolífica obra.
“La escritura de La metamorfosis fue irregular, de carácter tortuoso, postergada por sucesos relacionados con la depresión que el autor padecía de manera continua y azarosa.“
Paréntesis. Planteemos el panorama de manera cruda: Kafka vivía en Praga, era judío, escribía en alemán, fracasó como abogado, trabajó en una compañía de seguros, su padre lo despreció cada vez que tuvo oportunidad y escribió una historia en la que el protagonista se despertaba convertido en un bicho. Nadie se había atrevido a tanto. Kafka era un bicho adorable, y lo adoramos. Cerramos paréntesis.
La escritura de La metamorfosis fue irregular, de carácter tortuoso, postergada por sucesos relacionados con la depresión que el autor padecía de manera continua y azarosa. La novela corta tiene marcados rasgos autobiográficos, como la dura y tortuosa relación con el padre.
El propio Kafka reconoció que estos conflictos motivaron los textos más importantes de su obra, entre la que se encuentran también los 13 diarios —que no estaban pensados para ser publicados— escritos entre 1910 y 1923, cuando el autor murió.
En los Diarios existe un sinnúmero de reflexiones acerca de la literatura, la oscuridad de la existencia, la vida en Praga, los paseos, los amores no concretados, la glorificación del padre, la realidad, el agujero que deja cada ser vivo en la tierra. Hay un sinfín de frases y preguntas que quedarán en la historia de la literatura universal como referencias insoslayables. Son una forma de andar de la mano de Franz Kafka y entender de dónde surgió el aura de un prodigio literario.
“En Franz Kafka, la idea de escribir sobre un insecto se relaciona de manera directa con la noción sobre los procesos de escritura.”
No está de más decir que, como en La metamorfosis, obra fiel y representativa del estilo del autor, en los Diarios también existe ese tono de dolor inescrutable. De aquí ha derivado un adjetivo basado en su nombre: lo kafkiano, que se usa para describir algo que presenta un carácter trágicamente absurdo.
Pero… todo tiene un pero. Un tiempo más tarde, Franz Kafka se siente, para variar, desilusionado. Escribir, cuando la obra brota desde adentro, es como un parto, y el hijo, el resultado. Imposible salir limpio. Es perfecto, sí, pero la obra queda atrapada en la suciedad. El insecto de La metamorfosis funciona entonces como metáfora: Kafka hace referencia a su literatura, a su ser escritor, que le ha dado vida a algo cuyo atractivo es efímero y destinado a mutar, en este caso en algo desagradable.
En Kafka, la idea de escribir sobre un insecto se relaciona de manera directa con la noción sobre los procesos de escritura. En 1912, escribió El proceso de un tirón. A raíz de esta única sesión, reflexionó en uno de sus diarios que la escritura brotó sin inconvenientes y que la única manera real de escribir es con una apertura completa del alma, con el cuerpo entregado cien por cien al acto de narrar. Casi un gurú literario de estos tiempos. Lo es, de hecho.
Franz Kafka abrió las puertas a una literatura poco conformista, que brotaba sin tapujos y sin vueltas. Por eso, a más de un siglo de su primera publicación, sus obras literarias resultan indispensables para cuestionarnos acerca de la existencia.
¿Cuántas cosas pueden enseñarnos la lectura de los Diarios y La metamorfosis? ¿Estaría Franz Kafka hoy en un taller literario? ¿Habría lugar para él en un grupo de autores que se corrigen entre sí por su oscuridad y su poca autocomplacencia? ¿Hubiera apoyado un maestro de literatura a un alumno con semejante prontuario? Sin lugar a dudas, cualquier persona sensible e inteligente lo hubiera amado. Pero eran otros tiempos, mucho más duros.