Escribe como niña

“Corre como niña”, “pelea como niña”, “juega como niña”: el sentido despectivo imbuido en estas frases también fue la esencia, en un momento de nuestra historia, de “escribe como niña”. Si hoy ese desaire implícito se ha desvanecido hay que atribuirlo a la constante reflexión, crítica y demanda de cientos de autoras, y sin duda Virginia Woolf es una de las más prominentes entre ellas. 

¿Qué se hace ante una palabra o frase que surge con el fin de ofendernos, de detenernos? ¿Cómo se lucha contra lo intangible de las palabras? ¿Cuál es el mecanismo de defensa/resistencia a activar? La historia también nos ha dicho que la resignificación es clave, y resignificar ese “escribe como niña” no se dio en convenciones de academias de la lengua, sino por la constante publicación de libros que pusieran las cartas sobre la mesa de manera directa (en la no ficción) e indirecta (en la ficción y la poesía). 

En el caso de Virginia Woolf, su lucha “indirecta” dio pie a nueve novelas y varias decenas de cuentos. Entre las primeras destaca La señora Dalloway (1925), para muchos su obra de ficción más representativa debido a su complejidad narrativa y los temas que va develando conforme progresa la lectura. 

Todo se detona un día cualquiera en la vida de la protagonista. Virginia Woolf pudo estacionarnos en cualquier otra jornada de Clarissa Dalloway; sin embargo, nos lleva a un caluroso día de junio de 1923, cuando ella decide salir por unas flores. (¿Habría podido ser amiga de Miley Cyrus?) 

Aunque no solo refleja las heridas y las fracturas existentes en la colectividad, La señora Dalloway es especialmente un sumario de la represión que vivían las mujeres en ese contexto, en lo sexual, lo económico y lo profesional. 

Las escenas que la señora Dalloway rememora en ese ir y venir arman el rompecabezas de su vida. Así la conocemos a detalle; no solo averiguamos su pasado, también salen a la luz los matices de su personalidad, lo que le ocupa y preocupa. Y si bien sus encuentros y la proyección de su futuro nos resultan fascinantes, no es su historia lo único que desea mostrarnos Virginia Woolf.  

La señora Dalloway es también un espejo de la sociedad de entreguerras que era Londres en ese momento. Aunque no solo refleja las heridas y las fracturas existentes en la colectividad, es especialmente un sumario de la represión que vivían las mujeres en ese contexto, en lo sexual, lo económico y lo profesional. “No hay nada peor en el mundo para algunas mujeres que el matrimonio, pensó, y la política, y tener un marido conservador”, enuncia la autora a partir de las vivencias de uno de sus personajes. 

Entre monólogos que saltan a los diálogos y la obsesión por el detalle común en las obras de Woolf, los cuestionamientos y observaciones sobre la situación de la mujer a inicios del siglo XX entran por los ojos “amortiguadas” por la armoniosa escritura que permite la ficción. 

Pero si La señora Dalloway es ejemplo de esas reflexiones indirectas, Una habitación propia (1929) representa lo explícito, la forma en que Virginia Woolf encara al patriarcado —de su tiempo y el actual— y respalda a sus iguales, de su tiempo y del presente.  

En su más famoso ensayo, estandarte del movimiento feminista hasta nuestros días, disecciona el estatus sociopolítico de la mujer a lo largo de la historia de la literatura. ¿En qué momento los hombres se apropiaron de la pluma y el papel? ¿Acaso no existió una mujer contemporánea de Shakespeare con brillantes ideas que se convirtieran en dramaturgia clásica?, ¿qué habría sido de ella? Y una vez que se abrieron las oportunidades para las mujeres, ¿quién designó que solo podían escribir ficción? 

Que las mujeres tengan una habitación propia para poder escribir es también una oportunidad para que otras niñas, adolescentes, adultas, se vean representadas en lo que leen; libros de ciencia, de literatura, de historia. 

La dependencia económica limita el desarrollo creativo, personal y profesional de las mujeres; tal es la tesis que sostiene Virginia Woolf.: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”. Pero no es la única arista que la escritora encuentra en las escasas oportunidades de las mujeres para desarrollarse en el mundo editorial.  

Que las mujeres tengan una habitación propia para poder escribir es también una oportunidad para que otras niñas, adolescentes, adultas, se vean representadas en lo que leen; libros de ciencia, de literatura, de historia. “¿Tienen ustedes alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las mujeres? ¿Tienen alguna noción de cuántos están escritos por hombres?”, reflexiona Woolf.  

Escribir como mujer es, pues, hacerlo con una mirada microscópica que nos permite conocernos mejor por medio de la narración, los versos, los textos científicos y académicos hechos por otras; es escribir con propuesta, con rigor y con riesgo. “Escribir como niña” es hacerlo desde la responsabilidad de que un texto aportará a esa mirada femenina. Es hacer del verso más sutil y metafórico un espacio de denuncia, de protesta, de verdad.  

Virginia Woolf

Virginia Woolf

Hija del conocido hombre de letras Sir Leslie Stephen, Virginia Woolf nace en Londres el 25 de enero de 1882, y vive, desde su infancia, en un ambiente densamente literario. Al morir su padre, Virginia y su hermana Vanesa dejan el elegante barrio de Kensington y se trasladan al de Bloomsbury, más modesto y algo bohemio, que ha dado nombre al brillante grupo formado alrededor de las hermanas Stephen. En 1912 se casa con Leonard Woolf y juntos dirigen la Hogarth Press. El 28 de marzo de 1941, la genial novelista sucumbe a la grave dolencia mental que la aqueja desde muchos años atrás y se suicida ahogándose en el río Ouse. Además de Las olas (1931), Virginia Woolf fue autora de novelas tan importantes como El cuarto de Jacob (1922), La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando (1928), Los años (1937) y Entre actos (1941).

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