La literatura es un ejercicio de exploración: uno que, emparentándose con los objetivos de la ciencia, nos acerca a un mayor conocimiento del hombre. Y eso vale tanto para las novelas extensas como para el más breve de los géneros narrativos: el cuento. Porque este no solo relata una historia: es un fragmento ficcionalizado de realidad que nos seduce y nos confronta. Tal como ocurre con las obras de los legendarios escritores que enlistamos a continuación, y que, renunciando a la idea de un pensamiento único, abrazaron las infinitas posibilidades de ver la vida y entenderla.
Los laberintos mentales con los que Franz Kafka retrataba los desconcertantes vínculos entre lo consciente y lo inconsciente adquieren una perturbadora vigencia en sus cuentos clásicos.
No importa si son historias protagonizadas por seres que a la distancia lucen inconcebibles, como el protagonista de “El artista del hambre” —cuya habilidad era mantenerse en ayuno y vigilia, durante días, dentro de una jaula para beneplácito del morbo del público—. Basta hacer un ejercicio de honestidad para detectar en ellos comportamientos enfermizos que hoy se cultivan en el entretenimiento, entre ellos la insatisfacción eterna que puede generar el vacío del éxito o el consumo indiscriminado.
Lo mismo sucede con “La aldea más cercana”. Este cuento, gracias a su corta extensión, hace honor a su propio postulado sobre la brevedad de la existencia, partiendo de la insignificancia de un trayecto a caballo, para luego empujar a la reflexión sobre el culto a la inmediatez que, en nuestra actualidad, sofoca cualquier posibilidad de profundizar en lo que sea.
Pero “La condena” es el que sin duda ofrece los más escabrosos puntos de inflexión, que evidencian la patología humana y su tendencia al autoengaño. Un idilio familiar construido sobre la condescendencia, que da paso a una pesadilla sobre la culpa que marca los vínculos entre padre e hijo. Aquí la desconcertante figura de un amigo, convertido en detonador de resentimientos, termina por atentar contra la compresión e interpretar el suicidio como vía para trascender el colectivo social. Se trata de un escrito sumamente personal, producto de una noche febril cualquiera de Kafka, que para nosotros se convierte en un espasmo de lucidez excepcional, como prácticamente todos los cuentos clásicos aquí incluidos.
Los laberintos mentales con los que Franz Kafka retrataba los desconcertantes vínculos entre lo consciente y lo inconsciente adquieren una perturbadora vigencia en sus cuentos.
Resulta tan sencillo darle perspectiva a la lectura de los textos cortos de Virginia Woolf, como fascinante es la complejidad que los caracteriza. Claro, si es que se tiene la paciencia para dejarse llevar por las implicaciones, que van más allá de tramas y personajes, y transitar por la especulación que, en medio de la fantasía, va develando verdades.
Y es que la mera experiencia que aporta su ficción como bello entretenimiento, además de ser un incisivo ejercicio de revisionismo histórico, ofrece un mosaico en el que la conciencia se divide en una enorme cantidad de voces. Estas exponen dentro de lo cotidiano los mecanismos de lo que hoy son nuestros males crónicos y definitorios: la ansiedad y la neurosis.
En “El vestido nuevo” por ejemplo, lo que podría parecer la simple anécdota de una mujer que de pronto piensa que no está ataviada adecuadamente para ir una fiesta, desemboca en un punzante retrato de la inseguridad y de cómo su semilla se implanta desde la infancia, para luego germinar y crecer alimentada por las convenciones sociales. Es brutal la vorágine de ataques que se construye la propia protagonista, a partir de frivolidades que trascienden debido al estigma de inferioridad normalizado por un ámbito patriarcal.
Por su parte, el cuento clásico “El cuarteto de cuerdas” gira en torno a los pequeños incidentes alrededor de un recital. Estos pasan a ser un cúmulo de situaciones inconclusas para las que no alcanza la vida, algo capaz de volver loco a cualquiera.
Y qué decir de lo rutinario que se convierte en ambigüedad al darse la oportunidad de mirar de verdad y hurgar en el propio reflejo, como sucede en “La señora en el espejo”. Un atrevimiento revelador, despiadado y gratificante como el estilo de la misma Woolf, capaz de desarrollar profundas disertaciones a partir de lo ordinario.
Un atrevimiento revelador, despiadado y gratificante como el estilo de la misma Woolf, capaz de desarrollar profundas disertaciones a partir de lo ordinario.
Hoy más que nunca, con lo “políticamente correcto” coartando, limitando y cancelando a más no poder, nos viene de maravilla el reencuentro con la ingeniosa irreverencia de Antón Chéjov, uno de los más grandes maestros del relato corto.
Él, bajo la consigna de que “el arte de escribir consiste en decir mucho con pocas palabras”, escribió sátiras de narrativa ágil y vigorosa acerca de las costumbres y los prejuicios, con modelos antropológicos que, pese a obedecer a un contexto muy específico, ostentan actitudes universales y atemporales.
Quizá el mejor ejemplo de ello es “Prichibeyev”, un cuento clásico sobre el juicio de un suboficial que ha sobrepasado su injerencia en aras de mantener el orden. El proceso evidencia cómo, por un lado, la integridad pierde el sentido común y se vuelve obstinada con la vanagloria, y por el otro, la forma en que el desinterés y la irresponsabilidad anidan en los subterfugios legales.
No podemos ignorar “Gusev” que, a partir del malogrado regreso de un par de marineros enfermos, se burla de las supersticiones y las carencias hasta ofrecer una mórbida descripción de imágenes que empujan a asumir que el mundo existe más allá de nuestra presencia.
Todas son historias sorprendentemente digeribles. Aunque eso no quiere decir que caigan en la frivolidad. Por el contrario, entre el dinamismo de las acciones y el humor que acompaña su engañosa forma anecdótica, predomina la infranqueable convicción de evidenciar los matices de las situaciones y plantear, así, irónicos cuestionamientos acerca de la ética, la mediocridad, la moral, el fracaso y el hastío de la existencia.
Chéjov escribió sátiras de narrativa ágil y vigorosa acerca de las costumbres y los prejuicios, con modelos antropológicos que, pese a obedecer a un contexto muy específico, ostentan actitudes universales y atemporales.
El efecto de inmersión que provocan las obras escritas por E. T. A. Hoffmann, producto del carácter multidisciplinario de su formación y desarrollo como artista —dibujante, pintor, cantante, compositor y director de orquesta—, es solo el principio de un estilizado viaje por las profundidades de la psique humana,
Como puede verse en “El puchero de oro” —uno de sus primeros y más celebrados cuentos—, así como en el clásico “El cascanueces y el rey de los ratones”, aunque la trama se sustenta en la consabida lucha entre el bien y el mal, el peso dramático que adquieren en ella conceptos como el amor y el arte permite conducirla hacia el borde de lo irracional, para sumergirse en una ensoñación con connotaciones oscuras, en la que las transmutaciones están a la orden del día y nada es gratuito.
De tal modo, los príncipes hechizados y convertidos en utensilios, las princesas hijas de una salamandra transformadas en serpientes o las brujas que se transmutan en una cafetera son perturbadoras y atemporales representaciones que se cuelan entre las grietas de la percepción alterada por la incertidumbre, listas para ser interpretadas por los temores particulares de cada lector.
Es debido a esto último que la influencia de las obras de Hoffmann puede rastrearse en autores que van de Edgar Allan Poe a Franz Kafka, ambos escritores de cuentos clásicos. Incluso traspasó las fronteras de la literatura, siendo ejemplo de ello Robert Wiene y El gabinete del doctor Caligari, o el mismísimo director David Lynch.
El efecto de inmersión que provocan las obras escritas por Hoffmann es solo el principio de un estilizado viaje por las profundidades de la psique humana.
AL FINAL…
Dicho lo anterior, queda claro por qué es imposible resistirse a la invitación de deambular entre el mundo exterior y nuestros adentros, de la mano de estos genios. Estos cuentos clásicos han sido compilados en llamativas y coleccionables reediciones por parte de Austral.