En nuestra actualidad, en la que los países se han convertido más bien en gigantescos negocios al servicio de la voracidad de pequeños pero implacables sectores, con los mecanismos mediáticos redimensionados a través del internet, la voz en papel de alguien como Oscar Wilde cobra una indiscutible vigencia.
Y es que el legado de este escritor se ha convertido en un profundo y necesario recordatorio de aquellos rasgos de empatía que hoy parecen casi perdidos, ofreciendo además un cálido abrazo de irónica lucidez. Decimos esto por dos razones.
Por un lado, todo lo que Oscar Wilde representó con su extravagante figura. El autor incomodó a las conciencias de finales de la época victoriana, y tristemente terminó por dar fe de la relación de amor-odio con un público alimentado por los prejuicios, que a muy poco de haberlo encumbrado como la persona más famosa de Londres, lo condenó por sus preferencias sexuales, lo sumergió en el desprestigio, lo sentenció a la indiferencia y dejó que el olvido lo consumiera hasta su muerte.
Por otro lado, destacamos su obra, que a la larga le ganaría la inmortalidad como literato y se convierte en un mustio postulado que seduce y empuja a sentidas reflexiones sobre rasgos básicos de empatía y autocrítica ante las contradicciones sociales. Oscar Wilde priorizó siempre su interpretación de la belleza por encima de cualquier otro interés que el arte estableciera, además de ser la manifestación de un espíritu subversivo ante los estándares predominantes, algo que quizás hoy nos vendría de maravilla, dada la comercialización desmedida de uno mismo que inunda las redes sociales.
Basta mencionar como ejemplo “El crimen de lord Arthur Saville”. En este título, el protagonista está obsesionado por el infame vaticinio que le hace un experto quiromante. Poco a poco, se pierde en los desconcertantes caminos del deber, al planear un asesinato justificado según su particular forma de entender la virtud y la integridad.
Y qué decir de “El modelo millonario”, breve narración sobre un apuesto joven que, pese a su mala fortuna para hacer dinero, no lo piensa dos veces a la hora de ayudar a sus semejantes. Detrás de la ligereza en su forma y la sencillez de su premisa sobre la piedad, y pese a su más que disfrutable brevedad, esta historia arroja una buena cantidad de cuestionamientos sobre la relación laboral entre el artista y el modelo, además de los estereotipos que aún hoy permean nuestra convivencia.
En ese sentido, por supuesto, hay dos relatos tan humanos como contrastantes de la obra de Oscar Wilde que vaya que vale la pena mencionar.
El primero de ellos es “El príncipe feliz”, que a modo de fábula con aire a ensoñación y un significativo animalito incluido, presenta la entrañable toma de conciencia de un monarca, que se vincula con los desposeídos hasta que sale de la burbuja en que se ha convertido su cotidianeidad —como sucede con muchos de los que hoy opinan desde su lugar de privilegio—.
El otro ejemplo es el siempre referido “El fantasma de Canterville”, con su deliciosa mezcla de humor y melancolía que, por encima de su naturaleza de historia de fantasmas oscilante entre lo sobrenatural y la descreencia del materialismo, conecta directamente con el —a veces— tan prefabricado entorno contemporáneo, para presentar el rostro cínico de la deshumanización.
Pero esta es solo una pequeña muestra del cúmulo de escritos que a más de 100 años de su primera publicación, detrás de su seductora, irónica y hasta divertida forma estilizada, ofrecen pinceladas de la condición humana, tan convenientes como ineludibles para este nuevo siglo.
Así, las palabras de Oscar Wilde nos empujan a vernos a nosotros mismos con honestidad para comprender al otro, tal como podría interpretarse aquella frase del propio escritor: “Estoy convencido de que en un principio Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, y que es en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos, donde deberíamos intentar vivir”.
Por cierto, todas estas historias y muchas más están incluidas en una pequeña pero encantadora edición en pasta dura, publicada por Austral, bajo el título de El fantasma de Canterville y otros cuentos.