“El pasado es indeleble y la Historia no se acaba nunca.” No descubrimos nada argumentando que Padura es un escritor que está a la altura de los más grandes, pero no está de más decirlo, porque apenas se comienza a leer el libro Personas decentes, también comienza un viaje de disfrute literario, un viaje histórico por La Habana, con la destreza narrativa de quien puede hacer que suceda magia en nuestra imaginación.
Y así como festejamos su literatura, también tenemos que festejar la decisión política de denunciar la represión intelectual y política que recibieron los intelectuales que no se asumieron como revolucionarios. Ya en las primeras páginas logramos adentrarnos en una o varias tramas donde Cuba, la isla, la gente, lo bueno y lo malo del socialismo y el capitalismo, del régimen castrista y el de Batista, salen a flote y lo político juega de local como si fuera un personaje más de la novela. Padura en el libro Personas decentes logra darle tanta vida y palos a su nación natal que la hace más interesante, mágica y oscura.
El libro Personas decentes es también un viaje a una Cuba de antaño pre revolución, con los marcos justos para entender las penurias y grandezas del pueblo isleño, con descripciones que nos transportan ahí mismo, a caminar las calles de La Habana, a sentir el calor, el color, el aroma de la brisa marina, a respirar la tensión de una novela negra, que tambien es una novela histórica, con toda la parafernalia que se permite el autor: crímenes, robos, trafico de arte, proxenetas, prostitución, guerra de pandillas, politica, policías corruptos, exilios, un sistema podrido y las personas decentes involucradas como víctimas y vitimarios.
La historia de Mario Conde comienza en 1964, muy pequeño, con una tocadiscos que aún funcionaba donde le hizo escuchar a Motivito, el amo y señor de las juergas nocturnas de La Habana un disco de placa de Los Beatles. Más de cincuenta años después, en 2016, Mario Conde tiene las tripas crujientes por el hambre y consigue un puesto de “seguridad” en un local bailable donde la “policía de la revolución” tiene la mirada puesta, tenerlo a él significa también tener a alguien que le da ese aire de precaución, pues Mario Conde es una garantía, un héroe, un distinto.
«Las historias, entrelazadas, marchan a un ritmo vibrante, el encabalgamiento de situaciones, las pistas, los personajes con tanta profundidad y secretos son tan interesantes como el cruce de tiempos»
Pero esto es solo uno de los tantos puntos de ataque, porque la historia se bifurca en el tiempo, con tantos crímenes que por momentos cuesta saber a cuál investigación corresponde cada cosa. Aunque Padura no deja ni un cabo suelto y genera un perfecto devenir de los acontecimientos. Dándole a Conde, una vez más, todos los laureles, pero esta vez, allá arriba en el pedestal, como uno de los detectives contemporáneos más atractivos, asociado a una contemporaneidad que lo hace parecer real.
Esta vez, más allá de la investigación, Mario Conde se pone a escribir. Está trabado, o al menos él dice eso, pero sus meta lectores, los que leemos la historia de Mario Conde y lo que escribe Mario Conde, disfrutamos sin darnos cuenta, incluso el doble, los textos históricos que ocurren en 1909, donde se narra la vida de Yarini, un proxeneta y aspirante a grandes cosas políticas en Cuba, el ambiente del libro Personas decentes en estas partes está enmarcado por la llegada del fin del mundo por el cometa Halley.
« Personas decentes está atravesado por un fuerte escarmiento a los policías del arte, a los inquisidores de tantos artistas que no comulgaban con el discurso heróico de la revolución y por ello fueron aplastados por el sistema, separados, oprimidos, ignorados, llevados a las condiciones más oscuras, presionados hasta el suicidio.»
En el presente Cuba está convulsionada, Quevedo, el censor de la cultura, perseguidor de intelectuales y represor de los artistas, aparece muerto, con semen en su recto y mutilado. El libro Personas decentes está atravesado por un fuerte escarmiento a los policías del arte, a los inquisidores de tantos artistas que no comulgaban con el discurso heróico de la revolución y por ello fueron aplastados por el sistema, separados, oprimidos, ignorados, llevados a las condiciones más oscuras, presionados hasta el suicidio. Padura pone todo su conocimiento de la historia cubana para redimir a los intelectuales que vivieron esta opresión. Porque Conde, a lo largo de sus historias, “tiende a solidarizarse con los débiles, los ofendidos, las víctimas del poder más absoluto y devorador”.
Se siente el amor por la historia del arte cubano, y se mezcla con un presente donde hay rock por la llegada de los Rolling Stones, ilusión con Obama en una visita histórica que se creía iba a cambiar el rumbo del bloqueo, pero solo fue un paréntesis que dejó las cosas iguales, o peor, con incertidumbres, con más deseos de libertad que nunca: “¿Te imaginas cómo se va a poner esto, men? Obama, los Rolling, Chanel, los de Rápido y furioso. Una pila de yumas con pasta y con ganas de gastarla… Hasta Rihanna y las Kardashian andan por aquí…”
Las historias, entrelazadas, marchan a un ritmo vibrante, el encabalgamiento de situaciones, las pistas, los personajes con tanta profundidad y secretos son tan interesantes como el cruce de tiempos, el libro Personas decentes se deja leer como ninguna otra historia donde Mario Conde esté presente, pero además de ser un libro de crímenes, es un libro que habla y desenmascara la corrupción a la que fue sometida todo un pueblo cubano, al que se le exigía esfuerzo, mientras unos pocos disfrutaban los beneficios: “… mientras a nosotros nos vendían zapatos plásticos, nos pedían más sacrificios…”