Si hay algo que define la obra del legendario escritor, ensayista y poeta checo Milan Kundera es su carácter multidisciplinario. Cómo no habría de serlo, si es algo que le viene desde la cuna al ser hijo de un académico y pianista; luego lo reforzó preparándose en composición musical, desarrollando poderosos vínculos de contexto —quizás debido a la influencia del teórico e investigador del folclore eslavo Leoš Janáček, quien fuera su maestro—, y además lo enriqueció por su preparación en literatura, cine y arte dramático.
A esto podemos atribuir el desarrollo de su habilidad para que cada uno de sus textos luzca una estética de irresistible armonía, tan susceptible de una lectura simple y satisfactoria, casi cercana al mero entretenimiento, como sugestiva y compleja.
Decimos esto porque su obra en el fondo está llena de planteamientos sobre la identidad y el pensamiento, como sucede en los cuentos cortos incluidos en El libro de la risa y el olvido.
En ese sentido, tampoco podemos ignorar las reflexiones que hace acerca del amor que desemboca en la dominación por los vínculos familiares, y que convierte en metáforas referentes a la opresión social, tal como lo presenta en La vida está en otra parte. Así, sus libros son puertas que invitan a mirar hacia dentro de uno mismo para, a partir de ahí, diseccionar e interpretar la realidad de afuera, que ante sus ojos pareciera ser solo representación.
Sin duda, su trabajo es una evocadora e inquietante confrontación del universo interno que va de lo particular a lo general para detonar cuestionamientos sobre el tránsito de la cotidianeidad a la muerte. Esto bien se puede explicar con una frase de La insoportable levedad del ser: “Quien busque infinito, que cierre los ojos”; una cita que a su vez es un ejemplo de tal ejercicio en la literatura al sintetizar en unas cuantas palabras la belleza y lucidez de la que es su obra más referida, porque, como también lo dijera el mismo Kundera, “alcanzar la complejidad de la existencia en un mundo moderno exige, me parece, una técnica de elipsis, de condensación”.
Todo con plena conciencia de que la literatura de ficción es un retrato crítico, estructurado como relato, para seguir los pasos de personajes imaginarios, sea una pareja y sus respectivos amantes, o un joven que se cree poeta y se proyecta en otros roles.
Estos caracteres no tienen otra motivación más que la materialización de las reflexiones del autor, emparentándose así con ese afán que impulsa a la ciencia y que no es otro que la búsqueda de un mayor conocimiento del hombre. En el caso de Milan Kundera, además, la naturaleza analítica se manifiesta con ironía y tal naturalidad que pareciera casi involuntaria y por lo mismo tan deliciosa como reveladora.
Del mismo modo, alimentándose de su ir y venir por el Partido Comunista —que así como lo estigmatizó, en dos distintas ocasiones le abrió los brazos—, Kundera reinterpreta en sus textos ideales y posturas que hacen patentes aspectos políticos. La virtud del escritor checo es que lo hace sin necesidad de alegorías; apuesta por lo mundano con el objetivo de adquirir cierta universalidad pese a que en algunos de sus títulos hace señalamientos muy específicos, como sucede en La broma, que apunta al totalitarismo.
Pero lo dicho aquí no es sino una exposición de la dicotomía asumida que hace de Milan Kundera un ente creativo en pleno estado de gracia y fiel creyente de que la diversión y el entretenimiento no tienen por qué estar divorciados de las disertaciones más profundas. O dicho con sus propias palabras, vertidas en El arte de la novela: “El unir la extrema gravedad de la pregunta a la extrema ligereza de la forma es desde siempre mi ambición (…), porque la unión de un estilo frívolo con un tema grave devela la terrible insignificancia de nuestros dramas”.
Es por eso que una visita (o revisita) a los textos de Milan Kundera, que en México encuentras bajo el sello Tusquets, es un viaje necesario, enriquecedor y estremecedor.