Sobre varios escritores podríamos decir que son referentes de la literatura iberoamericana, pero hay algo en la trayectoria de Manuel Puig que lo convierte en un autor primordial: su manera disruptiva de abordar la realidad. Leerlo es advertir también un impulso por romper con la cadencia falocentrista de las letras latinoamericanas.
Ya sean narraciones o dramaturgia, los textos de Manuel Puig atraen, su forma atrapa y las historias que decide desarrollar conmueven. No se sale ileso de leer a este autor argentino. La utilización de herramientas alejadas del canon de las letras le valió ser un escritor de los bordes, del lenguaje cifrado, de la desfachatez de lo distinto. Puig encuentra en el uso de la ironía una forma de burlarse y de mostrar la violencia subyacente en los discursos del propio texto; es decir, se repliega en sí mismo para ilustrar las contradicciones y/o concesiones de un sistema decadente.
Sus obras se sirven de lo coloquial para expresarse y el cine entra de lleno desde la concepción de la escritura. Su primera novela, La traición de Rita Hayworth, finalista del premio Biblioteca Breve de Seix Barral en 1965 y publicada en 1968 por la misma editorial, refleja su amor por el séptimo arte: la oscura sala de cine como un útero que protege. En ella cuenta la vida de un niño en un pequeño pueblo de la región pampeana, lo más parecido a un desierto verde, donde la ausencia de sentido se llena viendo películas de Hollywood en el único cine del lugar.
Esta devoción por la pantalla grande lo llevó a trabajar dentro de la industria cinematográfica, y si bien no persistió en ese ambiente, no se desprendió del todo de él. Puig lo reflejó no solo en la premisa explícita de su ópera prima, sino que trasladó a la escritura el ritmo en los diálogos que requiere un guion cinematográfico, e hizo de esto un elemento distintivo de su estilo. El fracaso cinematográfico le mostró el camino narrativo, y de este accidente nació el amor por la literatura.
Boquitas pintadas (1969) fue la novela que le trajo éxito y visibilidad, mientras que la crítica profesional y la academia lo relegaron, ninguneando sus formas; la estructura de folletín —apareció en 16 entregas, pero ahora se puede disfrutar íntegramente bajo el sello Seix Barral— incluía diálogos, recortes de noticias en diarios, entre otros, que hacían de la lectura un verdadero viaje sensorial. Según Puig, esa reacción fue una pantalla para ocultar la verdad del desprecio por su obra, relacionado de manera directa con la homofobia predominante. Fue así que en 1971 se sumó al movimiento Frente de Liberación Homosexual (FLH) en Argentina, donde junto con otros escritores y artistas buscaba poner freno a la ola discriminatoria.
A pesar de las duras críticas y la controversia, una cantidad creciente de lectores comenzaron a deleitarse con su producción. Durante el éxito de Boquitas pintadas publicó The Buenos Aires Affair (1973), novela que lo llevó a exiliarse en México por la ola de violencia que sufrió con su familia en su país natal a causa de escribir sobre la libertad sin tapujos. Se trata de un policial que utiliza recursos poco explorados hasta ese entonces; el metatexto termina por comerse la linealidad de la obra, los pies de página dan profundidad a los pensamientos y las acciones se leen como una pantalla dividida tarantinesca. De nuevo, Puig se vale del discurso cinematográfico para convertir la lectura en toda una experiencia.
La temática de los libros de Puig siempre se situó del lado de los desamparados, los perseguidos, los marginados; los outsiders, tal como él se sentía. Su fervor por dar rienda suelta a la sensibilidad, entrelazado con el pavor a la violencia física, lo llevaron a crear personajes entrañables, llenos de vitalidad, para luego colocarlos en los escenarios más desgraciados. Es así que llegamos a uno de sus mejores libros, El beso de la mujer araña (1976), acaso el más combativo, donde expresa su bronca levantando la voz de dos presos políticos: uno por ser homosexual y otro por participar en la guerrilla, que sobrellevaban los días de encierro contándose películas.
Conforme pasa más tiempo en el exilio, Manuel Puig se conecta con su lado más profundo y onírico, se deja llevar por una realidad metafórica atravesada por lo poético. El erotismo se apropia del sentido y los personajes de Pubis angelical (1979) están cargados de deseos que atraviesan y exponen lo femenino como problemática, parodian el sustento patriarcal enmarcado en una violencia psicológica profunda: “¿…es injusto tener en cuenta las necesidades sexuales solo del sector masculino descalificado?, ¿acaso las mujeres de edad, las jóvenes lisiadas y las deformes no tienen las mismas urgencias?”, plantea el escritor en esta novela.
Lejos de su tierra, el autor se refugió en su lado más experimental y Sangre de amor correspondido (1982) ilustra tal etapa. A pesar de ser el menos nombrado entre los libros de Puig, también hay en él una voz de protesta en la forma y en el contenido; se percibe como el camino que siguió para exiliarse también de la literatura, de la violencia contra las mujeres y el miedo a lo distinto.
Los libros de Manuel Puig son distintos, como él mismo lo fue: un pionero en hacer oír la voz del oprimido político. Para Puig, lo íntimo es político. La defensa que esgrimió es todavía un marco que identifica a quienes pertenecen al movimiento LGBTTIQ+. No es casualidad que su legado persista en esta época de lucha frontal por el reconocimiento de derechos a las minorías más castigadas de la historia.