La obra de Anthony Burgess, conformada por artículos, novelas y obras de teatro, es tan vasta que a algunos críticos les parecía imposible que todo eso lo hubiera escrito una sola persona —de ahí que el autor inglés usara varios pseudónimos—.
Pero la escritura no fue su única pasión. Anthony Burgess fue además un gran compositor, músico de alma, músico prematuro: escribió su primera partitura cuando tenía 17 años. Su melomanía y amor por las letras se fusionaron en algún momento, cuando convirtió sus armonías en homenajes a escritores que admiraba. Como ejemplo se encuentra una sinfonía, Blooms of Dublin, que creó en honor a James Joyce, de quien era conocido fanático.
Burgess fue tan melómano que en diversas entrevistas aclaró que él hubiera preferido trabajar de músico, pero que solo conseguía trabajo con la escritura. Pudo dedicarle más tiempo a su gran pasión solo cuando sus obras literarias comenzaron a ganar relevancia.
Su trascendencia fue tal, que en pleno 2023 seguimos hablando de él y de sus títulos. Y claro que toda conversación sobre Anthony Burgess debe empezar con La naranja mecánica. Publicada por primera vez en Reino Unido en 1962, este título no alcanzó popularidad sino hasta que el cineasta Stanley Kubrick filmó una adaptación, en 1971.
Ese éxito sorprendió a Anthony Burgess porque, según él, no era su mejor trabajo. Incluso hay una particularidad tanto en la película como en la novela. Cuando la novela se publicó en Nueva York, el editor le pidió al escritor quitar el último capítulo de la tercera parte —son tres partes de siete capítulos—, algo que Burgess vio con mala saña, ya que el total de capítulos era veintiuno y para él cerraba perfecto, aunque el editor argumentaba que no era necesario. Al final, como Burgess necesitaba el dinero y consideraba a La naranja mecánica como una obra menor entre sus novelas, aceptó (ahora nadie se acuerda del editor).
Cuando Kubrick decidió filmar la película, escribió el guion con base en la edición que se publicó en Estados Unidos. Es por eso que la película tiene un final distinto a la novela original. La misma historia tiene dos desenlaces; muchos, sobre todo los amantes del cine, no lo saben. Para ellos dejamos el siguiente ejercicio: 1- Comprar el libro. 2- Leer el final verdadero.
A causa de la película se acusó a Burgess de trabajar la ultraviolencia y la brutalidad en los personajes, pero la realidad es que la novela constituye un interesante punto de vista respecto a quién ejerce la violencia sobre quién. Se polemiza sobre lo evidente, pero el trasfondo es mucho más interesante.
Justamente este es un punto en común entre La naranja mecánica y 1985, también de Anthony Burgess. En ambas historias el Estado se entromete en la libertad individual de las personas, la institucionalización de las fuerzas de control estatal sobre el uso de la violencia. Hay una indagación del Estado y sus instituciones —el sistema penal, la medicina, el conductismo— y medicamentos que intervienen. Los métodos de represión por parte del poder se develan aún más crueles que los de los victimarios. Este es el eje en el que se centran ambas novelas y un punto de intersección.
Tanto Alex DeLarge, el iracundo adolescente que lidera la banda de forajidos que se divierten entrometiendo su ira en la vida de seres inocentes en La naranja mecánica, como Bev Jones, el trabajador que intenta conservar la poca dignidad que todavía le queda en la parte novelada de 1985, terminan en un centro de control estatal, un centro de reeducación, llámese psiquiátrico, cárcel o entidad sindical.
Alex y Bev padecen la violencia institucional. Uno podría pensar “pero DeLarge es un violento, se divierte con la violencia por la violencia misma”; y sí, es cierto, pero no fue eso lo que Anthony Burgess buscó resaltar como epicentro de la novela. Para él, la lectura que hizo Stanley Kubrick es errónea. De hecho, en Reino Unido la película fue prohibida por 25 años, ya que luego del estreno comenzaron a ocurrir situaciones violentas y los agresores argumentaban que se inspiraban en ella. Fue Burgess quien tuvo que salir a dar la cara, Kubrick se lavó las manos.
Las ideas de Anthony Burgess, quien murió en 1993 debido a un cáncer de pulmón, deberían ser un ejemplo para las nuevas formas de pensar la institucionalidad, y aunque su literatura esté emparentada con la imagen de La naranja mecánica de Stanley Kubrick, su legado y su obra nos atraviesan, por su influencia tanto en la cultura pop como en la ciencia ficción.