La calidad literaria de un escritor muchas veces refleja su vínculo con su contexto social. Si buscamos un ejemplo, sin duda Héctor Germán Oesterheld, autor de El eternauta, es uno de ellos. Su compromiso fue tal que incluso se convirtió en una de las víctimas de las infamias políticas de su país: lo torturaron y asesinaron en 1977, durante la dictadura argentina.
¿Pero por qué es importante que un autor no pierda de vista, incluso en las historias más fantásticas, la situación que lo rodea? En el caso de las novelas sci-fi este rasgo constituye, además, un atributo: reflejar el contexto es uno de los lineamientos clásicos del género. Ese vínculo le permite al creador presentar modelos de personajes que, aunque típicos en lo individual, encuentran la complejidad en lo colectivo; es decir, los dota de universalidad. Lo anterior se traduce en una atemporalidad que, en el caso de El eternauta, le ha permitido mantenerse vigente a 65 años de su primera publicación.
La trama se plantea como un inquietante ejercicio de metaficción: una historia dentro de otra historia. Todo se detona a partir de la insólita e inexplicable irrupción de un hombre en la trasnochada jornada de trabajo de un ilustrador de cómics. Así se plantea la primera gran incógnita, sobre cómo el inesperado visitante dice haberse enfrentado, junto con su familia y otro grupo de personas de una provincia de Buenos Aires, a la inminente destrucción de la humanidad y conquista del planeta.
La calidad literaria de un escritor muchas veces refleja su vínculo con su contexto social. Si buscamos un ejemplo, sin duda Héctor Germán Oesterheld, autor de El eternauta, es uno de ellos.
Un mortal fenómeno climatológico, el efecto paranoico de la Guerra Fría y la sombra de la carrera nuclear son los protagonistas del relato de ese inusual hombre. En su narración los eventos se presentan con un ritmo tan frenético que apenas si da tiempo a que los personajes y el mismo lector reaccionen.
En ese suceder de hechos resulta inevitable que el lector se vea arrastrado por la tensión de El eternauta. Y es que esta es llevada al máximo mediante una especie de permanente momento cumbre —recurso comúnmente conocido como cliffhanger—, en el cual ejércitos de insectos, hombres-robot, bestias colosales, nubes tóxicas e ilusiones inducidas, entre otras amenazas, mantienen y retuercen el romanticismo por los viajes espaciales y la ciencia.
Si bien esto último devela que El eternauta tiene un origen pulp —magazines populares, superficiales y baratos de principios del siglo pasado—, la historia se aleja de toda frivolidad al convertirse en una sórdida alegoría de temas como la manipulación de las masas, el imperialismo sin rostro, la pérdida de voluntad y la alienación.
Lo mismo sucede con los protagonistas. Aunque obedecen a arquetipos, se redimensionan gracias a la manera en que se relacionan entre sí y al modo en que actúan con respecto a la vorágine de situaciones extremas que les ocurren. Ejemplo de esto es el científico, quien también posee los rasgos de rudeza y frialdad del héroe de acción; mientras que el aventurero mantiene una sensatez inusual, y el sujeto que podría fungir como elemento cómico apunta a la vez hacia la ironía y el dramatismo.
En cuanto al arte de Francisco Solano López, este obedece por completo a la tradición de las historietas bélicas, con rostros impávidos o deformados por el terror en primer plano. A la par, las figuras que hay detrás se pierden sobre fondos blancos, en los cuales los puntos de fuga devoran la tinta acentuando la inevitable extinción de la esperanza.
La historia se aleja de toda frivolidad al convertirse en una sórdida alegoría de temas como la manipulación de las masas, el imperialismo sin rostro, la pérdida de voluntad y la alienación.
Dichas secuencias van acompañadas de cuadros de texto cuyo ímpetu literario se mantiene en los límites de la naturaleza visual que exige una novela gráfica que, en el caso de El eternauta, constituye además la primera escrita en español y que está considerada como la más representativa e influyente de Hispanoamérica.
La nueva edición de Planeta Cómics es de verdadero lujo, a la altura de una obra maestra del género: 373 páginas restauradas con sumo detalle y respeto por los pasajes originales publicados entre 1957 y 1959, recopiladas en un solo tomo de pasta dura. Una bella pieza de colección.