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El señor de los anillos, el nombre de la épica  

El señor de los anillos, el nombre de la épica  

Hoy, cuando en los confines de las redes sociales se cataloga con mucha ligereza como “épicos” a muchos de los productos de entretenimiento, vale la pena descubrir o reencontrarse, según sea el caso —el célebre Christopher Lee, Saruman en las adaptaciones al cine, decía que la leía al menos una vez al año—, con una de las obras que realmente le hacen honor a ese término: El Señor de los Anillos. 

Y es que en esta erróneamente llamada “trilogía” de El Señor de los Anillos —porque en realidad fue pensada y escrita como un solo libro—, el culto no gira alrededor de los poderes extraordinarios. Es el valor del espíritu de quienes físicamente parecieran ser los menos hábiles, y sobre todo lo efímero de la existencia del hombre que agiganta las hazañas que lo han perpetuado en los mitos, lo que resulta ser lo más apreciado.  

Esto es sin duda un indicador de que la creación de J. R. R. Tolkien es también un relato profundamente humanista, con su estilo descriptivo de grandilocuencia siempre comprometida con el sentido dramático, que prioriza la acción y sus efectos y materializa las maravillas a veces tenebrosas de la Tierra Media como si de pasajes históricos se tratara.  

De este modo, entre las páginas de los tres tomos de El Señor de los Anillos se atestigua una redimensión de la clásica batalla entre el bien y el mal, y la consolidación de muchos de los modelos heroicos por excelencia.  

Para empezar está Frodo, el miembro más pequeño de una compañía integrada por representantes de diferentes razas, denominada la Comunidad del Anillo, quien luego de abandonar su vida simple y apacible para responder al llamado de la aventura, continúa con la misión tras la disolución del grupo.  

Él pone todos sus esfuerzos en destruir el objeto de poder y posible detonador de una guerra que sumergiría todo su mundo en la oscuridad. Una responsabilidad cuya magnitud parece superarlo en todos los sentidos y que por voluntad propia asume para encaminarse a territorios hostiles, acompañado solo por su mejor amigo, y acechado por una criatura de mente fragmentada que se convierte en un retorcido reflejo de su posible destino. 

En paralelo, sus compañeros en distintos frentes buscan darle tiempo, consolidando alianzas y estableciendo estrategias que les permitan detener la avanzada de las hordas malignas, mientras viven en una zozobra e intensidad abrumadoras, resultado del asedio y los cruentos combates.  

Es ahí cuando, tras la fachada del rufián misterioso, conocemos al guerrero nómada que carga el peso de los errores cometidos por su linaje, bajo la sombra de una legendaria espada rota y sumergido en un amor imposible. Así, el personaje central representa ese recordatorio de que a veces basta con hacernos conscientes de cómo nos ven los demás para valorarnos y sentirnos merecedores de la redención.  

Entre las jornadas de refriega y maldad latente, también encontramos figuras como la de Théoden, amo y señor de los criadores de caballos, quien resurge de la ceguera inducida que lo mantenía ensimismado para liderear a su ejército en la batalla, hombro a hombro con enanos y elfos por igual, hasta sortear el borde de la caída en más de una ocasión.  

Théoden jinetea hasta alcanzar la gloriosa muerte de quienes son los verdaderos reyes, mientras a su lado y sin que él lo sepa, una joven oculta tras la armadura y la espada reclama su derecho a pelear como cualquier soldado: Eówyn. Este último personaje da fe de que el legendario Tolkien ya perfilaba modelos femeninos distintos a los que predominaban en los textos de su época.  

Y qué decir de Gandalf, herramienta de las fuerzas místicas que en todo lo alto de la fortaleza de hierro, enclavada en la cordillera de las Montañas Nubladas, con báculo en mano, enfrenta a su contraparte para protagonizar la mejor de las batallas entre magos que nos ha entregado la fantasía moderna, poniéndose a la altura del mismísimo Merlín.  

Pero estos son solo una pequeña muestra del cúmulo de pasajes y personajes cuya fuerza emotiva se desborda entre el choque de los escudos y las lanzas, el sonido de los cascos de los caballos y los rugidos de los dragones, alcanzando la universalidad en las deslumbrantes y elaboradas visiones de una de las obras cumbre de la literatura.  

De entre las reimpresiones más emblemáticas que existen de El Señor de los Anillos, destacan las que lucen las deslumbrantes ilustraciones de John Howe, artista que colaboró en las producciones dirigidas por Peter Jackson y en la serie Los anillos de poder, imágenes que ahora reclaman la elegancia de los grises en las cubiertas de las nuevas ediciones en pasta dura presentadas por Planeta, que con letras doradas celebran la magnitud y la trascendencia de la obra, y cual si fueran el anillo único ejercen una irresistible atracción en el lector. 

J. R. R. Tolkien

J. R. R. Tolkien

Bloemfontein, África do Sul, 3 de enero de 1892 Bournemouth, Reino Unido, 2 de septiembre de 1973 John Ronald Reuel Tolkien nació el 3 de enero en Bloemfontein en el Estado Libre de Orange. A principios de 1895, su madre, agotada por el clima, regresó a Inglaterra con Ronald y su hermano pequeño, Hilary. Tras el fallecimiento de su padre, a causa de unas fiebres reumáticas, él y su familia se establecieron brevemente en Sarehole, cerca de Birmingham. Esta hermosa zona rural causó una honda impresión en el joven Ronald, y sus efectos pueden verse en su escritura y en algunos de sus cuadros. Por su larga y prestigiosa carrera académica, es conocido por ser el creador de El Hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion. Sus obras se han traducido a más de cuarenta idiomas en todo elmundo. Fue nombrado caballero del imperio británico y doctor honoris causa por la Universidad de Oxford en 1972. Murió el 2 de septiembre de 1973 a los ochenta y un años.

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