J. R. R. Tolkien. Una biografía es una verdadera delicia, tanto en contenido como en tono; el autor, Humphrey Carpenter, contó con acceso total al material relacionado con la vida y obra del legendario creador —incluida su correspondencia y diarios tanto personales como de guerra—, además de charlar con su familia e incluso coincidir con él durante su labor como docente en Keble College. Y a pesar de todo esto, no se deja llevar por la pretensión intelectual y mantiene un desarrollo ameno donde lo minucioso y preciso no está distanciado de lo entretenido.
Del mismo modo se agradece que el obvio romanticismo que despierta la trascendencia del autor de El Hobbit y El Silmarillion no le empuje a traicionar lo que se presenta como un retrato de personalidad riguroso y realista. Aquí su figura se dimensiona como persona con sus actitudes y creencias, materializando las tragedias y batallas personales que impulsaron y afectaron los procesos creativos que redundarían en la épica intrínseca y evocadora de sus escritos.
De esta manera, es muy sencillo identificar los estímulos que dieron pie a la creación del universo fantástico de la Tierra Media; el relato sobre los cambios de residencia de Tolkien, su trayectoria escolar, amistades y experiencias laborales es una narración que fluye como si emulara el paso a veces ligero, otras convulso, pero siempre constante de la Comunidad del Anillo en su afán por llegar al Monte del Destino en Mordor.
Desde el preludio, que plantea una charla entre estantes llenos con un Tolkien ya mayor y que bien podría recordarnos aquella visita de Frodo a Bilbo en El Señor de los Anillos, J. R. R. Tolkien. Una biografía transpira calidez, sobriedad y corrección gracias al uso de la primera persona, una sensación que afortunadamente no desaparece cuando el narrador pasa a ocupar su lugar fuera de las acciones y centra toda la atención en su protagonista.
El viaje inicia con puntuales pasajes sobre la infancia de Tolkien, cuando pasó de corretear en parajes sudafricanos poblados por leones, tarántulas y serpientes, a instalarse en Birmingham y deambular por el campo inglés, tiempo en que emergió su particular gusto por los árboles y por palabras de distintas lenguas cuyo poder y resonancia siempre parecía comprender con una sorprendente naturalidad.
Conocemos entonces sus años juveniles, tras quedar bajo tutela religiosa a causa de su orfandad; esta fue una etapa marcada por la frustración de un romance interrumpido con una chica mayor que él, pero que a la larga se convertiría en su esposa y la inspiración de uno de sus personajes élficos. Lo anterior, aunado a la necesidad de conseguir becas escolares, generó en ese joven una ferocidad descontrolada que desfogaba en el campo deportivo y el plano académico, como en las actividades de la sociedad de debate estudiantil, proceso que en su mente inmadura tendría tintes de gesta heroica y forjaría rasgos determinantes de su carácter.
Y qué decir del momento en que la primera guerra mundial lo alcanzó: formó parte del ejército británico y recibía entrenamiento tras las trincheras a la par que vertía en papel esa experiencia para dar forma a su mitología con poemas y lenguaje propio, todo mientras dominaba el código Morse y la transmisión de mensajes con bengalas, teléfonos, banderas y hasta palomas mensajeras, pues se preparó como soldado especialista en señales. Es en esa cruenta experiencia donde puede rastrearse el origen de la personalidad de Sam Gamyi, uno de sus más icónicos personajes.
Pero la investigación de Carpenter no solo se centra en las partes de la vida de Tolkien donde los detonadores de su entorno son más evidentes: por supuesto, se permite hurgar en lo rutinario de sus siguientes años como académico, donde entre lo más relevante se encuentra su mítica amistad con C. S. Lewis, creador de la saga Las crónicas de Narnia.
Es aquí donde, con base en el análisis de documentos, la interpretación de fotografías y citas donde el mismo Tolkien hace paralelismos sociales con las criaturas de la Tierra Media, emergen con mayor claridad sus posturas políticas y religiosas, sus fobias y manías, que se acentuarían hasta el momento de su fallecimiento.
Si bien el destino no quiso que su deceso tuviera los niveles de dramatismo que él otorgó a los de sus magos, reyes y caballeros en la ficción, es uno de esos casos donde lo importante no son las circunstancias de su final, sino lo que entregó antes con su prolífica imaginación. Tolkien hizo extraordinario lo ordinario, como se puede apreciar en esta cariñosa y lúcida biografía recién publicada por Minotauro.