Todos, podríamos apostar, hemos enfrentado algún tipo de batalla con nuestro cuerpo, ya sea una enfermedad, características que hacen una diferencia física o funcional respecto a cierta norma o algo más complejo, relacionado con la aceptación o identificación. Sin dudarlo, esto último es algo que la mayoría hemos vivido —o sufrido— en especial durante la adolescencia, provocando malestares que entorpecen nuestro andar por la vida en dicha época. Acerca de eso va La educación física, novela que le dio a Rosario Villajos el Premio Biblioteca Breve 2023.
Ambientada a principios de los años noventa y sonorizada con música grunge, esta historia es protagonizada por Catalina, la hija menor de una familia española demasiado tradicional y conservadora, por decir lo menos. Educada para esconder su cuerpo y «disfrutar» la vida con toques de queda impuestos por sus padres, Catalina no entiende a sus cortos 16 años por qué ser mujer la debe mantener oculta o la convierte en automático en víctima de situaciones desagradables.
Claro, no es una conclusión que ella tenga identificada de tajo e interiorizada; más bien está entre líneas, incrustada en su cotidianidad. Nosotros la descubrimos cuando nos hace cómplices de sus reflexiones por un instante apenas, pero en un momento muy trascendental de su existencia: La educación física comienza cuando Catalina acaba de sufrir una agresión sexual. La encontramos en plena carretera, huyendo de casa de su amiga, y pretende llegar con sus padres haciendo autostop. Más preocupada por llegar tarde —y escuchar por ello las palabras hirientes de sus padres— que por lo que pueda ocurrirle en el camino, aborda el auto de un desconocido, haciendo frente a la incertidumbre de toparse con alguien bondadoso o con algún hombre que quiera agredirla.
En una época en la que aparentemente se avanzaba hacia la apertura cultural, de pensamiento y una mayor inclusión, Catalina es un mar de dudas por la disociación de su cuerpo, el sufrimiento causado por la relación con sus padres, la falta de entendimiento, el miedo. La formación que le han brindado en casa le prohíbe cuestionar e imaginar nada que cause incomodidad o les resulte bochornoso a mamá y papá. En el otro extremo, su hermano Pablito, siendo hombre, goza de libertad. A ella el veto y los tabúes le impiden mostrarse tal como es, obligándole a actuar falsamente como la hija inocente que no experimenta absolutamente nada de lo que su edad y entorno le dictan.
Pero La educación física no solo es un libro sobre los complejos existenciales de una adolescente, las agresiones y los estándares imposibles. Villajos escribe también sobre la culpa de haber nacido mujer, un sentimiento infiltrado socialmente en dosis paulatinas, pero prolongadas: culpa por la forma en que vestimos, por manifestar nuestros deseos, por tener un cuerpo «tentador». ¿Quién no se sintió avergonzada ante el incremento de las curvas en su cuerpo, ante la llegada de la regla? ¿En qué momento se nos activa esa necesidad de protegernos? ¿Qué maneras empleamos para hacerlo?
«Lo normal es llevar las llaves en la mano, como hace Silvia, que se las pone entre los dedos de manera que dientes y puntas sobresalen como las zarpas de Lobezno en los cómics de Marvel. Pero a Catalina papá y mamá no le dejan las llaves para salir por ahí, están seguros de que las perderá», narra la protagonista. .
La educación física provoca una reflexión y autoevaluación conforme avanzamos en la lectura. Sus páginas recuerdan con tensión la violencia que persigue a las mujeres desde siempre, de la subordinación hasta el feminicidio. También retrata con viveza los valores lamentables de una generación o de varias, esos que se han heredado y transformado, pero ante los que nadie debería permanecer indiferente.
Al estar narrada en tercera persona, Rosario Villajos nos convierte en cómplices de Catalina y de sus pensamientos. La escuchamos como si fuera una amiga, pero al hacerlo notamos que su experiencia es también la de muchas.
Las vivencias de Catalina en La educación física son las mismas de quienes hemos temido y dudado acerca de nuestros cuerpos, de quienes no entendemos por qué nos tocó cierto fenotipo, forma o género. Nos identificamos quienes hemos experimentado la violencia de unas manos o de una mirada, y que lamentablemente somos varias, varios, de acuerdo con la estadística. Es también la historia de quienes defienden que el cuerpo femenino no debe ser ni cosificado ni blanco de críticas.
Por eso las palabras de Villajos en este libro resuenan. Es un libro de protesta, de denuncia, convertidas en sutil literatura.