Cuando Poniatowska canta poesía

Dentro de la extensa obra de la escritora y periodista Elena Poniatowska, también responsable de La noche de Tlatelolco y Hasta no verte Jesús mío, Rondas de la niña mala, inspirado en sus vivencias y las de su familia, es uno de los títulos más ligeros y peculiares en su desarrollo y forma, pero al mismo tiempo uno de los más lúcidos e incisivos, en su afán de hacer eco de muchas voces con las cuales es imposible no encontrar algún punto de identificación, mientras bordea temas de innegable y abrumadora universalidad.  

El espíritu lúdico implícito en el formato de este tipo de canciones, que suele conjugar la ingenuidad, la curiosidad y crueldad natural de la temprana edad para arrojar apuntes perspicaces sobre los misterios de un mundo al que apenas se comienza a conocer y entender, aquí sirve para sumergir al adulto en visiones en las que la encantadora cadencia que recupera la belleza de los recuerdos no hace sino enfatizar el drama producto de situaciones escabrosas que acechan, irrumpen y marcan el proceso de crecer.  

Se trata de evocaciones pletóricas de analogías y de amarga vitalidad musical, que obedecen a una disimulada continuidad permitiéndose la inclusión de palabras altisonantes, ya sea por necesidad o por el simple gusto de aderezar lo escrito, pero siempre con un claro sentido y conocimiento de causa. En ellas, mientras los globos rojos escapan de las manos infantiles sin remedio al igual que la pérdida de la inocencia misma, saltan personajes como la Fruncida Estrella, quien en una metáfora de las primeras experiencias sexuales, pese a negarse a que las sonrisas la penetren con un ímpetu juvenil que bordea la malicia, termina por ceder y dar paso a la “Muerte Chiquita”, durante la cual a galope descubre que, desde el principio, en el romance y los escarceos corporales tiene prohibido llevar las riendas.  

Por otro lado, aquí las acciones mustias, como lavar la ropa, servir el té o el inocente tormento de comer la sopa que muchas veces se suele terminar entre lágrimas durante la niñez, se convierten en una representación de la condena de sumisión a la que la feminidad es sometida por los roles tradicionales de género y las exigencias del modelo social, que el patriarcado justifica con un amor malentendido y anacrónico. 

Del mismo modo, las menciones de montañas y de cielos, de lunas y olas de mar, por momentos se emparentan con erecciones, desfloramientos y deseos de autodescubrimiento, jugando a escandalizar para evidenciar el doble discurso ante el acoso, el menosprecio y la estigmatización, sin caer en manipulaciones y mucho menos en la autocomplacencia.  

Todo va, además, salpicado de referencias que incluyen desde iconos religiosos hasta las calles de la Ciudad de México, que aún hoy mantienen su nombre vigente, dígase Gabriel Mancera, Obrero Mundial y similares, pasando por programas radiales clásicos, como El monje loco,  para aterrizar en la idiosincrasia mexicana de la mano de frases populares como “pan comido”, que cobran un nuevo y sorprendente sentido ligado a la objetivación de las personas, la infamia de las imposiciones y las estigmatizaciones, y lo doloroso de las transgresiones físicas y emocionales que no por haber sido normalizadas dejan de resultar violentas y de provocar cicatrices.  

Estas Rondas de la niña mala publicadas por Planeta Libros, de las cuales Elena Poniatowska escribió la primera cuando tenía 24 años, y que en esta edición cuentan con la complicidad de los dibujos de Leonora Carrington, para terminar de redondear una estilizada autoexposición, son un derroche de genuina y juguetona emotividad que señala oscuras verdades.

Rondas de la niña mala, de Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Nació en París en 1932, pero con tan sólo nueve años se trasladó a México. Su carrera se inició en el ejercicio del periodismo. Por esta labor se le entregó en 1978 el Premio Nacional de Periodismo en México. Ha sido nombrada doctor honoris causa por ocho universidades y galardonada con el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 2002. Entre sus novelas destacan: Lilus Kikus (1954), Hasta no verte Jesús mío (1969), Premio Mazatlán,La noche de Tlatelolco (1971), Premio Xavier Villaurrutia, Querido Diego, te abraza Quiela (1978), La Flor de Lis (1988), Tinísima (1992), Premio Mazatlán, La piel del cielo (2001), Premio Alfaguara, y El tren pasa primero (2007), Premio Rómulo Gallegos. También ha escrito cuentos, reunidos en De noche vienes (1979) y Tlapalería (2003), libros de entrevistas, ensayos y crónicas. Su obra ha sido traducida a más de una decena de idiomas y su trayectoria como periodista y escritora ha sido reconocida con múltiples premios nacionales e internacionales.

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