Una ficción autobiográfica femenina

Una ficción autobiográfica femenina

Es conocida la frase con que Umberto Eco finaliza El nombre de la rosa: Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus [«De la rosa nos queda únicamente su nombre»], objeto de debates por su significado enigmático. Bajo el ala de la literatura posmoderna, de la rosa (que se marchita, evoluciona, cambia; del recuerdo que envejece) solo nos queda el nombre desnudo que podríamos llenar de significado: es, por lo tanto, una cuestión de lenguaje. En ese laberinto de fragmentos, recortes y memoria selectiva, La Flor de Lis, de Elena Poniatowska (París, 1932), presenta una autoficción cuyo significado muta y produce una novela de alta sensibilidad que el lector agradece.

Publicada por primera vez en México en 1988, la historia simboliza esa flor que, como la rosa en Eco, prolifera en significados: cuenta la infancia aristócrata francesa (de la que el lirio es símbolo de la realeza) de Mariana, la narradora; su participación en los Scouts (cuyo emblema es la flor de lis) y su transición hacia una joven adultez pletórica dentro de la burguesía mexicana. Es también una novela de aprendizaje, educación sentimental que bien se podría leer en clave proustiana: no busca describir esa vida, lo que fue ese recuerdo, sino interpretarla a partir de sus contrastes, claroscuros y dobleces.

Una novela de aprendizaje, educación sentimental que bien se podría leer en clave proustiana.

La botánica es otra constelación que teje el símbolo de una familia de mujeres (abuela, madre, tía, compañeras de retiro de Mariana) unidas generacionalmente bajo la identificación de las flores y definidas en lo identitario por la escisión entre lo popular / lo culto, la burguesía y el pueblo, lo mexicano / lo europeo, lo propio / lo ajeno, la educación religiosa / la curiosidad sexual, la vida / la patria. Esta novela de ambigüedades logra superarse en ese estado de mezcla que es Luz, la madre de Mariana, y que es el material de trabajo de La Flor de Lis.

Cierta lectura, si se observa cómo Poniatowska toma episodios familiares y de su vida personal para narrar Lilus Kikus (1954) o el cuento «Chocolate» de Tlapalería (2003), la ubicaría dentro de las «escrituras del yo» que ganaron lectores a partir de la segunda mitad del siglo XX: estas contienen autobiografías, autoficciones, memorias, cartas, diarios íntimos de un «yo» que va mutando, y por lo tanto las impresiones, focalizaciones y recortes episódicos que realiza la memoria se transcriben de esa forma en un plano en el que siempre gana la ficción.

El mito nace en la delgada línea especular entre el texto autobiográfico y la ficción. Mariana / Elena se posiciona como un otro desde la extranjeridad para poder absorber los discursos del entorno mexicano con el que hace contacto. Hay una narradora en primera persona que comparte paralelismos o aparenta ser autobiográfica con la autora, pero la falta de correspondencia entre nombres —Mariana / Elena— rompe con lo que Lejeune considera el pacto autobiográfico para pasar al plano autoficcional o de la construcción ficticia de una novela.

La construcción de la propia identidad de Mariana implica recoger la voz del otro, de otros sujetos en particular de la colonia mexicana-francesa. La escritura se nutre de escenas de lectura de libros, diarios, apela a las tipologías e imágenes retóricas, a las voces: una polifonía de palabras ajenas, canciones, personajes, debates acalorados entre el padre Teufel y sus detractores sobre la vida burguesa y la explotación que ejercen los franceses sobre los trabajadores mexicanos, que imantan la voz de la narradora en busca de su ser nacional a la vez que intenta definirse como una otra en este entramado social y cultural.

La única certeza es que la verdad en La Flor de Lis es femenina.

La única certeza es que la verdad en esta historia es femenina: «Su fortaleza es la nuestra; la de mi abuela, la de mi madre, la de tía Francis, mujeres fuertes, frágiles en la intimidad». Mariana, la duquesa francesa, tiene una gran fascinación por su madre y narra los primeros años de su infancia acomodada en Francia hasta el estallido de la segunda guerra mundial, cuando Casimiro, su padre, se va al frente como paracaidista y las mujeres, niños y ancianos deben huir como migrantes. Mariana llega con su madre Luz y su hermana Sofía —con la que mantiene un vínculo de rivalidad y complicidad— a México, donde vive su abuela, lo que produce un choque sociocultural, educativo y lingüístico. Allí encuentra la educación de Magda, la sirvienta; laeducación religiosa de la Madre Reverenda, a las compañeras de retiro y al padre Teufel, que influye y establece un corte en el tono de la novela para marcar la transición entre niñez / adultez en el crecimiento y evolución de la protagonista, a quien rebautiza como Blanca y le ordena un reaprendizaje: «Descastarse, niña Blanca, descas-tar-se. Rompa usted escudos y libros de familia, sacuda árboles genealógicos».

Elena Poniatowska recibió el Premio Cervantes (2013), la beca Guggenheim y acaba de ser reconocida con el Premio Internacional Carlos Fuentes a la creación literaria en idioma español (2023). Con la gran maestría que la hizo merecedora de estos reconocimientos, elige narrar(se) por medio de la mirada inocente de una niña para tejer en el adolecer de su paso hacia la adultez la violencia constitutiva de las instituciones religiosas, sociales y culturales, y la cruel realidad de los desplazados.

La Flor de Lis, de Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Nació en París en 1932, pero con tan sólo nueve años se trasladó a México. Su carrera se inició en el ejercicio del periodismo. Por esta labor se le entregó en 1978 el Premio Nacional de Periodismo en México. Ha sido nombrada doctor honoris causa por ocho universidades y galardonada con el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 2002. Entre sus novelas destacan: Lilus Kikus (1954), Hasta no verte Jesús mío (1969), Premio Mazatlán,La noche de Tlatelolco (1971), Premio Xavier Villaurrutia, Querido Diego, te abraza Quiela (1978), La Flor de Lis (1988), Tinísima (1992), Premio Mazatlán, La piel del cielo (2001), Premio Alfaguara, y El tren pasa primero (2007), Premio Rómulo Gallegos. También ha escrito cuentos, reunidos en De noche vienes (1979) y Tlapalería (2003), libros de entrevistas, ensayos y crónicas. Su obra ha sido traducida a más de una decena de idiomas y su trayectoria como periodista y escritora ha sido reconocida con múltiples premios nacionales e internacionales.

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