Hay algo que nos fascina de Cuatro poetas en guerra: esta novela gráfica sorprende como revisión de la guerra civil española por medio de la relación que con ella tuvieron cuatro hombres trascendentales en la historia cultural de la humanidad: Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández y Juan Ramón Jiménez, con episodios van y vienen entre el presente y el pasado inmediato de cada protagonista.
Esto refleja en simultáneo la incertidumbre previa a la sublevación, la desesperación por escapar y las funestas consecuencias del conflicto a nivel personal, todo estructurado sobre un periodo muy delimitado que sirve como detonador y escenario, con lo que se adquiere un desarrollo frenético. El resultado es un relato presentado como si ocurriera en tiempo real, lo cual acentúa la brutalidad de la instauración del infame régimen franquista.
Las figuras boceteadas con trazos deshilachados, pero firmes, y sobre fondos de mínimos detalles, otorgan a la propuesta visual un aire de registro periodístico, cualidad que se refuerza con el inserto de una que otra portada de diario anunciando los comicios, un telegrama con la opinión de otros artistas o una fotografía que da fe de la reunión de algunos intelectuales, además de los datos duros que sobre los hechos aporta la narración escrita; todo mientras el estilo monocromático de las secuencias, con los amarillos y verdes azulados de una paleta de colores pálidos —apenas difuminados por toques en blanco para darles dimensión—, otorga un poderoso sentido dramático al estar íntimamente ligado a las sensaciones de los personajes. Cuatro poetas en guerra reserva las viñetas agrietadas sobre negro para los momentos en que la oscuridad y la lluvia se convierten en mustios testigos de las terribles circunstancias del golpe de Estado de 1936.
Así, tras un preludio calmo que se rompe con la irrupción de un periodista argentino simpatizante de la República, cuyo objetivo es informar sobre la situación política en España —y que funciona para presentarnos a los poetas en cuestión—, conocemos el ímpetu irreductible del sevillano Antonio Machado, quien aun en los momentos más tormentosos de camino al exilio junto con su familia, se aferraba a la pluma como arma lúcida e idealista de resistencia ante el fascismo.
También nos encontramos con el espíritu irascible del alicantino Miguel Hernández, quien de las tertulias con Pablo Neruda y posicionar su voz en la radio saltó a la militancia pura, haciéndose oír en plenas trincheras arengando a las brigadas además de pasar por las entrañas del partido comunista; un verdadero poeta soldado que se mantuvo firme en sus creencias, incluso en el lecho de muerte.
Después viene la figura de Juan Ramon Jiménez y atestiguamos cómo, pese a menosprecio que sentía que se profesaba a su obra, incluidos los agresivos comentarios que Luis Buñuel y Salvador Dalí dedicaron a su Platero y yo, buscó en el extranjero hacer eco del grito de ayuda de una república democrática asfixiada por el franquismo, misión que conservó hasta su último aliento, poco después de recibir el Premio Nobel de Literatura.
Finalmente aparece el siempre añorado dramaturgo granadino Federico García Lorca, estigmatizado en su tiempo por su genialidad literaria, agudeza de opinión y orientación sexual. En Cuatro poetas en guerra lo encontramos dentro de un pasaje de composiciones que no dan respiro entre acciones puntuales y diálogos intensos que en conjunto nos encaminan al momento en que se concreta su brutal asesinato. Es en ese instante cuando, al evitar caer en lo explícito, Quique Palomo, el adaptador gráfico de este trabajo de Ian Gibson, consigue uno de sus mayores aciertos.
Cuatro poetas en guerra, publicada por Planeta Cómics, es una obra gráfica que con su innegable carga humana nos confronta con cuatro voces que embellecieron este mundo y arrojaron luz sobre las disyuntivas sociales, y que fueron sacrificadas ante el totalitarismo.