Al tratarse de una figura tan trascendente como el alicantino Miguel Hernández, sobre el cual no solo se ha escrito infinidad de veces, sino que se ha hecho un recuento más que completo de su trayectoria personal y artística, la única forma de enfrentar la tarea de revisitar su biografía es mediante un enfoque creativo.
Solo así un nuevo acercamiento a su vida y obra podría estar a la altura y considerarse digno y provechoso, y eso es precisamente lo que logra Carles Esquembre con su propuesta de novela gráfica, Las tres heridas de Miguel Hernández, una pieza tan brillante como sugestiva, dividida en tres actos: “La de la vida”, “La del amor” y “La de la muerte”.
Aquí, en un cariñoso afán de reinterpretación, la posibilidad de la síntesis por medio de la imagen plasmada en cada viñeta redunda en bellas metáforas. Estas, además de enriquecer pasajes biográficos, revelan cómo entre la enfermedad, el dolor de perder a un hijo, la muerte de los amigos, la ilusión de impulsar cambios sociales y la decepción ante la realidad sofocada por el encarcelamiento, se forjó el temple del poeta guerrillero.
Cuadro a cuadro, Las tres heridas de Miguel Hernández se va planteando no solo como una remembranza de dicho personaje, sino como un tributo. Cómo no llegar a ese punto si el poeta, cual héroe de leyenda, surge del potrero bajo el auspicio de la institución religiosa, que, acostumbrada a ponerse por encima del pueblo, buscaba convertirle en un arma escrita contundente, para luego dejarle con un palmo de narices. Impulsado por verdades sociales irrefutables, estas le llevaron a escribir su propio credo y dar la cara durante la guerra civil española.
Desde aquellos años infantiles en que cuidaba cabras bajo la mirada de su padre, quien menospreciaba sus aptitudes literarias, hasta el descubrimiento de los deseos carnales al reparar inesperadamente en una mujer perdida entre lo cotidiano, en esta recapitulación de su vida no queda fuera su encuentro con Federico García Lorca, marcado por los tintes sacros del teatro y su mística asombrosa, que se vuelve mundana al mezclarse con posturas políticas y necesidades ideológicas.
En Las tres heridas de Miguel Hernández todo es plasmado en secuencias de narrativa lineal que apuestan a la sencillez del trazo. Las líneas se subliman de manera fascinante con la austeridad de los diálogos, logrando en conjunto un armado de viñetas aferradas a mostrarse estáticas con la gestualidad de los personajes, siempre al borde de la contención, pisando los terrenos de lo conceptual.
A cada cuadro de Las tres heridas de Miguel Hernández se materializa la percepción del también dramaturgo con respecto a procesos como la fecundación, el nacimiento y su experiencia bélica, que se manifiestan por medio de visiones insólitas: lo ordinario de una granja y su naturaleza tanto vegetal como animal alcanzan niveles de un simbolismo milagroso, mientras que la marcha de unos soldados a la par de la de unos espermatozoides gigantescos hacia un óvulo se convierte en un irónico paralelismo.
A veces sorprende que la cabeza del protagonista se vuelva una masa de barro que se deforma y moldea según las agresivas reprimendas paternales, y otras más es un cristal que se rompe en mil pedazos. Son representaciones palpitantes, descarnadas y febriles de sus decepciones, carencias y principios, y al mismo tiempo de sus dudas, compromisos y obsesiones.
Así, en Las tres heridas de Miguel Hernández se genera un diálogo creativo en el que cada una de las vivencias del poeta autodidacta cobran un nuevo aliento y significado. Sí, son episodios muchas veces contados ya, aunque nunca como en esta novela gráfica publicada por Planeta Cómics.