Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) nos ha hecho dedicar muchas horas a su obra, pues una vez que llegamos a ella, es realmente complicado dejar de explorar un título tras otro. El tono de sus relatos, en particular la serenidad de su tercera persona, es un caso de estudio; por lo general notamos a los autores detrás de ese narrador, pero aquí tenemos a alguien aparentemente ajeno que nos cuenta lo ocurrido a unos extraños mientras que él ha llegado ahí por pura casualidad.
Sin duda el azar es uno de sus principales temas: introdujo a una generación a narraciones cambiantes donde no hay un solo destino sino bifurcaciones impensadas, tretas de la vida que en un instante pueden modificar o desencadenar historias y hacerlas complejas. En sus libros la linealidad se ve alterada: además de los personajes, por el entorno, y sobre todo por factores imponderables, ingobernables, imposibles de predecir, que rompen con lo establecido. Auster halló una nueva vuelta de tuerca: los accidentes son virajes necesarios para que su literatura avance.
¿Qué nos ha dejado leer tanto a Paul Auster? Entre múltiples entradas a su obra, escudriñemos algunos de sus temas en ciertas obras notables:
Viajar a lugares impensados: La música del azar (1980), una de sus primeras novelas, es quizá por ello la más sensible, aunque la trama pareciera indicar lo contrario. Abandonado por su mujer, Jim Nashe recibe una herencia y decide viajar por Estados Unidos en una errática vida de carretera a bordo de un Saab rojo. Cuando solo le quedan diez mil dólares conoce a un joven jugador de póker, Jack Pozzi, y deciden probar suerte juntos en el juego. La historia toma un giro y otro y luego otro más para mostrar el submundo del ludópata y del sueño americano.
(Auto)reflexiones sobre la escritura: en La invención de la soledad (1982) encontramos un personaje ultrarreferencial: en la segunda parte, «Libro de la memoria», Auster se narra a sí mismo y se hace llamar A., un escritor que escribe para pensar en el acto de narrar, para recordar a su padre, reflexionar sobre la propia paternidad y la soledad en los inicios de su carrera.
Conocer Nueva York aun sin haber viajado nunca allá: sin duda su obra más representativa, en La trilogía de Nueva York —compuesta por Ciudad de cristal (1985), Fantasmas (1986) y La habitación cerrada (1986)— realiza una lectura posmoderna y metafísica del policial con un escritor como detective y con esa ciudad como marco teórico y campo de pruebas. Allí se confunden identidades, el perseguido es a la vez perseguidor y los acontecimientos fortuitos postulan a la historia como farsa o bien como ficción única en su tipo.
Entender el cambio como única constante de la vida: encubierto como una aparente historia sencilla, El palacio de la luna (1989) fue el libro que le mereció la primera gran oleada de fans. Ambientado en los sesenta, década que culmina con la llegada a la luna, con gran arquitectura narrativa entrecruza esta trama con la historia profunda de un huérfano en busca de su identidad y orígenes.
Plantearse las cosas en términos cinematográficos: Auster se convirtió en guionista y cineasta en 1995 con Smoke, adaptación de un encargo que le hiciera el New York Times y que nos dio El cuento de Navidad de Auggie Wren (1990), publicado actualmente por Booket en español. Escrita y codirigida junto a Wayne Wang, la trama es sencilla pero emocionante, entregándonos una Navidark cuyo personaje se interroga: «¿Es posible que alguien se proponga escribir un cuento de Navidad insensible?». El dato que acongoja es la participación en el reparto de su hijo, Daniel Auster, fallecido en 2022.
Tensar los límites de la probabilidad con caminos o alternativas narrativas: escrita a mano —con casi mil páginas en la versión en castellano—, 4 3 2 1 (2017) , su obra de ficción más larga, despliega la vida de un personaje que se bifurca en cuatro historias: con críticas variadas, la prensa la adoró en buena medida, pero también la tomó como una broma.
Ponerse serios llegado el momento: así como en las décadas de 1980 y 1990 publica las novelas y relatos que lo catapultan como el escritor contemporáneo del momento, a últimas fechas los ensayos le han permitido una expresión diferente, crítica. Auster comienza a escribir La llama inmortal de Stephen Crane (2021) como homenaje y su manera de inmortalizar a dicho autor clásico estadounidense (1871-1900) cuando se entera de que han quitado sus obras de los programas educativos de Estados Unidos; su publicación más reciente, Un país bañado en sangre (2023), deambula por las masacres cometidas —también al azar, el maldito azar— por hombres armados a lo largo de su país. Es un texto profundo que carga contra las leyes sobre armas de fuego y su fundamento constitucional, una aguerrida mirada sobre la historia nacional y su frívola y elitista sociedad actual.
Nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia (1992) y ganador de los premios Médicis (1993) y Príncipe de Asturias de las Letras (2006), entre varios más, Paul Auster es otro eterno candidato al Nobel, junto a Rushdie y Murakami; sin duda será de nuevo el azar el que haga merecedor de ese reconocimiento a uno de ellos tarde o temprano.