Aunque anterior a su nueva novela, Los lenguajes de la verdad ha aparecido simultáneamente a esta en el mundo de habla hispana, con lo que tenemos doble ración de Salman Rushdie en 2023, justo cuando se cumple un año del atentado que sufrió durante una conferencia en el estado de Nueva York y que nos hizo temer por su vida a más de 30 años de la fetua lanzada por el ayatola Jomeini en su contra por haber escrito Los versos satánicos. El agridulce desenlace, que tengamos a Rushdie aún entre nosotros aunque haya perdido un ojo y la movilidad plena de una mano a consecuencia de la agresión, debe hacernos pensar en las posibilidades de la libertad, tal como plantea en estos sabrosos ensayos-artículos-prólogos-conferencias, y es inevitable que su próxima publicación aborde el incidente…
Vivimos en un mundo complicado, nos revela o recuerda Rushdie; a pesar de pertenecer a la misma especie, lo que nos hace una y la misma cosa a todos los seres humanos, parece imposible ponernos de acuerdo, pues todos poseemos un punto de vista único desde el que nos encanta discutir las cosas de la vida, y cuando entran en la ecuación esas creencias masivas llamadas política y religión, el debate está servido. En estas páginas encontramos pensamientos sobre la guerra, la pobreza, la injusticia y, sobre todo, la oscuridad que se cierne en el panorama cuando incluso la ciencia se ve menospreciada por la demagogia o la posverdad, como hemos dado en llamarla; personajes como Trump, Narendra Modi e incluso Tony Blair desfilan en una galería de la ignominia por su afán de utilizar la fe o el patriotismo como medio de ganar elecciones y mantenerse en el poder, llegando incluso a imponer falsedades como dogmas, contra lo que solo cabe recurrir a esos lenguajes de la verdad del título.
Con estilo erudito y a la vez didáctico que le permite abordar casi cualquier tema con la soltura y madurez de quien ha dado clases durante ya varios años además de conferencias y discursos de graduación, aunque sin dejar de dudar cuando asoma la incertidumbre o la amarga sorpresa de que parecemos retroceder en lugar de ir adelante en materia de derechos y libertades, Rushdie confirma sus principios personales de rechazo a las imposiciones doctrinales e ideológicas, de defensa de la dignidad humana frente al prejuicio, el racismo y la desigualdad económica, y lo hace con tono y palabras seductoras y convincentes, como es esperable en un escritor de su talla.
Siempre con una cita, una referencia o una historia a mano, nos lleva a recorrer una tradición literaria o narrativa más amplia que la occidental para hablarnos de su propia trayectoria, de los hechos que nutrieron sus primeras obras, y el papel de su familia y las historias que le transmitieron, entre secretos sociales, mitos y relatos clásicos, influyendo en su temprana decisión de convertirse en escritor, para pesar de algunos de sus parientes. Están también los recuerdos de su encuentro con autores decisivos como Grass, Kafka, Philip Roth o Beckett, que le descubrieron posibilidades, afinidades o lo afirmaron en su necesidad de ilustrar los puntos clave que constituían su unicidad como narrador: su condición de migrante, de hablante de dos lenguas o más, y su afición por los relatos menos que sagrados.
Serían esas historias imaginativas, sensuales, cargadas de violencia, drama y artificio, de magia pura que sin embargo no ocultaba la realidad sino que la potenciaba, las que lo obsesionaron y buscaría alcanzar: historias que fueran muchas otras cosas a la vez, como las cajas chinas, las pinturas cubiertas por otras, los significados múltiples; historias dentro de historias, contadas por narradores imaginarios, improbables o poco confiables que añadieran misterio, indefinición y dimensión al relato como ocurre en la vida misma, donde una narración adquiere nuevos sentidos conforme la escuchamos una y otra vez a lo largo de años.
Por supuesto, en esta recopilación de prosas hay también reflexiones sobre la actualidad y la historia, sobre la literatura y el arte pictórico o fotográfico, sobre lo efímero y lo perdurable, y la memoria de personajes que se han ido a lo largo de este siglo, como Kurt Vonnegut, Harold Pinter, Christopher Hitchens, Philip Roth y Carrie Fisher, rematando con la pandemia de coronavirus. Obra de plenitud, en ella encontramos también lo que no le gusta a Rushdie, como la autoficción o las distopías al estilo de Los Juegos del Hambre. Más aún, en esta panoplia hallamos de nuevo la adhesión del autor de Quijote y La decadencia de Nerón Golden a las figuras señeras de Shakespeare y Cervantes, y probablemente su comparación con este último —un viejo soldado que acumuló fama y heridas, entre ellas una mano paralizada como ahora le acontece a él mismo— le haga más soportable su situación presente, con el humor autocrítico que lo sigue caracterizando.