La invención de la orfandad

“Mis padres me enseñaron a amar la belleza”, escribe Mónica Lavín, y en esa pequeña frase se encuentra el corazón de su nuevo libro, Últimos días de mis padres: un tratado de cómo sobreponerse a la muerte, desmembrando la enseñanza, la educación y cavando profundo en los sentimientos. Algo que no todos estarían dispuestos a navegar. 

Y en esta forma de abrir de manera fractal los sentimientos, nace una pregunta que la misma Lavín enuncia: “Me pregunto por qué los escritores queremos hacer público lo privado, por qué necesitamos escribir sobre la orfandad. ¿Por qué la intimidad exhibida, por qué deshojarse frente a los desconocidos? ¿Por qué?”. 

La respuesta, quizá, no tiene valor. La retórica es más fuerte porque cada narrador podría dar un significado diferente, funciona de la misma manera con los lectores. ¿Dónde nace el morbo que impulsa a leer el dolor? La explicación está en lo universal, en la multiplicidad de voces sobre lo que no se entiende, el hábito imperdonable de la muerte.  

Mónica Lavín intenta desarmar el nudo propio y lo aclara en una frase: “Los detalles de la conversación primera se pierden con el ruido de los autos, el bullicio de los siglos encabalgados y la desmemoria del tiempo. Tal vez el atrevimiento de la escritura puede desandarla. Y celebrarlos para no perderlos”. 

Los capítulos cortos que conforman Últimos días de mis padres hacen que la lectura no nos deje apesadumbrados. La obra se lee rápido y su contundencia es el hilo que nos hace querer continuar con el macabro fin de la existencia. En el teatro del hospital, el tiempo transcurre en forma de postales emotivas, la historia de sus padres, que es también su propia historia: cada recuerdo es una imagen, una manera de perpetuar el regalo de la vida, evocando a un flâneur de los últimos días.  

Podría decirse que la temática no es novedosa: describir esos momentos finales ha alimentado géneros como la poesía —¿cómo olvidar “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, de Jaime Sabines—, autobiografías —imprescindible Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir— y novelas —el primer libro de Paul Auster, La invención de la soledad, es un trabajo profundo sobre la relación con el padre a partir de la muerte—.  

Mónica Lavín se suma a esta forma de crear y reformula su familia a partir de un hecho fortuito, desde un punto de ataque asociado con la carencia a partir de la muerte cercana, en el momento en que alguien querido deja el mundo material. La escritora de Últimos días de mis padres se desprende de cualquier referencia, creando capítulos redondos, con postales que nos hacen partícipes de ese rincón que es la intimidad y se convierten en frases que se empalman con los duelos y pérdidas de cada lector. 

De forma constante Auster desaira al personaje, lo hace sentirse menos, jugar de patito feo o de oveja que va derecho al matadero, pero no hay que olvidar al lobo que se viste de lanas blancas. 

Nathan se esconde en el dolor, pero el escondite es otra treta para dar voz viva al condenado, que cuenta y recuerda, y sus memorias son un enorme edificio, una torre de Babel construida sobre el aire: “No tenía el menor deseo de desnudar mi alma ni dedicarme a sombrías introspecciones. Adoptaría un tono ligero y burlesco de principio a fin, con el único propósito de distraerme y tener el día ocupado durante el mayor número de horas posible”. 

En Brooklyn Follies importan tanto las donas como los vecinos, los paisajes nostálgicos de la ciudad, una camarera, una librería, la gente del barrio de Brooklyn donde Nathan nació y vivió hasta los tres años con sus padres, y el barrio y su costumbrismo se abren entonces como una gran urbe de posibilidades donde también se encuentra con un sobrino que tenía en el olvido. Los personajes comienzan entonces a darle un sentido a lo que parecía una vida desechada, destinada a la oscuridad, a la agonía en el ostracismo. 

Nathan se esconde en el dolor, pero el escondite es otra treta para dar voz viva al condenado, que cuenta y recuerda, y sus memorias son un enorme edificio, una torre de Babel construida sobre el aire. 

En Brooklyn Follies Auster le da otra vida a la vida, realza la vejez bien llevada. Nos muestra al cordero que se presenta con sus últimas fuerzas y de pronto encuentra la manera de volverse lobo o al menos no ser una presa de la existencia, sino que se anima a tomar las riendas de lo que parecía un desenlace seguro hacia el desgano.  
 

Con ese impulso aparece cierta sabiduría en las palabras de Nathan, el personaje desahuciado es ahora alguien que es escuchado, que tiene buenos consejos, y el espíritu y la fuerza para salvar a quien deba. “Eso es lo que pasa cuando crees que el otro es mejor que tú. Dejas de pensar por ti misma, y cuando te quieres enterar ya no eres dueña de tu vida. Ni siquiera te das cuenta, tío Nat, pero entonces ya estás jodida. Verdaderamente jodida…”, dice uno de los personajes de este relato. 

Brooklyn Follies nos deja con la sensación de haber leído una novela iniciática donde la trama se construye con los acontecimientos, y con un deseo de leer más. Releer a Paul Auster es uno de esos placeres que nos suceden leyendo. 

Brooklyn Follies, de Paul Auster

Últimos días de mis padres es un libro que ronda lo híbrido: una novela que también podría leerse como una autobiografía del dolor, de las ausencias. O una biografía de una relación padre-hija, madre-hija, padre-madre, un triángulo de escrúpulos teñidos de recuerdos y emociones. Esas relaciones, que a todos nos marcan, dejan huella en las cosas que emprendemos: despertarnos, dormir, comer, vivir, pero, sobre todo, escribir o leer.  

El camino que emprende Mónica Lavín en Últimos días de mis padres funciona también como un espejo para los lectores, porque cada lector puede sentirse parte de su  experiencia. La narrativa en primera persona facilita la comprensión, la reflexión personal interna. Pero para vivir una experiencia completa, profunda, recomendamos el audiolibro, narrado por la misma autora. Su voz nos lleva a cerrar los ojos y ver la literatura como si fuese una película proyectada en nuestra cabeza. Un viaje sensorial hacia la profundidad de las emociones.  

Últimos días de mis padres representa, sobre todo, la posibilidad de disfrutar los últimos días de nuestros padres. ¿La muerte es un final o un comienzo? Llega cuando corresponde, pero tenerla presente, o saber que estamos en esos últimos días, es un beneficio que muchas veces se disfraza de maldición.   

Mónica Lavín

Mónica Lavín

"Mónica Lavín (1955) es autora de las novelas Café cortado (Premio Narrativa de Colima 2001), Hotel Limbo (2008), Yo, la peor (Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2010), Las rebeldes (2011), La casa chica (Planeta, 2012), Doble filo (2014) y Cuando te hablen de amor (Planeta, 2017), que fue finalista en la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa 2019; de los libros de cuentos Ruby Tuesday no ha muerto (Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1996), Uno no sabe (2003), La corredora de Cuemanco y el aficionado a Schubert (2008), Pasarse de la raya (2010), Manual para enamorarse (2012) y A qué volver (Tusquets, 2018); entre sus ensayos se encuentran Leo, luego escribo (2001), Apuntes y errancias (2009), Sor Juana en la cocina (2010), Cuento sobre cuento (2014) y las entrevistas de Mexicontemporáneo (2016). Actualmente es columnista del diario El Universal y conduce el programa de televisión Contraseñas, en el cual entrevista a figuras literarias. Es profesora e investigadora en la Academia de Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México."