Los demonios de mi cuerpo, novela histórica escrita por Sandra Frid, recrea la vida de Guadalupe Amor, más conocida como Pita Amor, la poeta mexicana que nació en cuna aristocrática y que, entre otras cosas, fue tía de Elena Poniatowska. Dos íconos de la literatura de nuestra tierra.
El 8 de mayo se cumplieron 23 años de la muerte de Pita Amor, y Los demonios de mi cuerpo forma parte de esta conmemoración, a modo de homenaje, para que sus poesías perduren en el tiempo, para que el tono tan particular de sus declamaciones no se silencie nunca. Pero, sin duda, lo más interesante de la novela es el modo en que muestra el germen creativo que llevó a Pita Amor a la composición de líneas magistrales, algunas de ellas citadas por Frid en el libro mencionado.
Mi madre me dio la vida
y yo a mi madre maté.
De penas la aniquilé.
Mi madre ya está dormida.
Yo estoy viva dividida
mi crimen sola lo sé
llevo su muerte escondida
en mi memoria remota.
La historia de Los demonios de mi cuerpo comienza desde que Pita Amor era una niña inquieta, juguetona, que quería explorar y romper hasta el más pequeño límite que le imponían sus padres, sus familiares, sus obedientes nanas y hasta los colegios a los que asistió. “El año escolar transcurrió lento, letárgico. Despertar cada mañana y vestir el uniforme del que varias alumnas se burlaban derivó en golpes y mordidas que Guadalupe repartía con furia ciega. Esos embates desencadenaban sanciones y reglazos en las manos que Pita soportaba con gesto sarcástico, afirmando no sentir dolor. Finalmente la expulsaron por tres días”, son algunas de las frases con que Frid refuerza el temperamento de su protagonista.
En Los demonios de mi cuerpo predomina la tercera persona, bastante impersonal, pero quienes gustan de las novelas históricas la encontrarán ágil y cómoda, recurrente en la forma de contar, con destellos poéticos e informativos, con compromiso ante la burguesía y ante la revolución, sin tomar partido; lo que se dice una verdadero bienestar de lo políticamente correcto.
“Guadalupe publicaba poemas en revistas y suplementos culturales. Más que dejarse retratar, buscaba ser fotografiada. —Soy capaz de cualquier cosa para conseguir ocho columnas bajo mi nombre en letras grandes—, afirmaba”.
Pero la vida de Pita Amor no fue políticamente correcta, su narrativa tampoco, y eso la llevó a convertirse en una persona interesante, admirada; tan amada como odiada por colegas y demás público. Un verdadero personaje inolvidable para quienes tuvieron la suerte de ser sus contemporáneos. La novela es fiel, y el recorrido histórico, atrapante.
«—Los artistas hacen conmigo lo que les da la gana —dijo Pita a Diego Rivera en tono de reclamo—. Miguel Asúnsolo también me pintó triste. ¿Están ciegos?. »
Los demonios de mi cuerpo llega a su punto de mayor vuelo cuando narra los años cincuenta y Pita ingresa, de cierta manera, en el mundo artístico e interactúa con otros íconos de nuestra cultura. No siempre de la mejor manera, pero sin dejar de ser el centro de atención: “Aunque sabía que no iría porque odiaba esos rumbos, Frida invitó a Guadalupe a ver los murales terminados. —Es una esquina sucia y fea, huele a orines—, respondió Pita”.
Pero la tragedia también está presente en la vida de Pita Amor y es retratada de manera sutil y sincera por Sandra Frid. Duele escribir de la tragedia, repetir las vivencias dolorosas. Alejados del morbo, esos momentos cumbre están muy bien justificados en la trama; valen la tristeza de leerlos, porque también se convirtieron en poesía.