Un calor asfixiante azota la ciudad de Venecia, donde muchos de sus habitantes deben esperar una góndola para cruzar los canales y regresar a sus hogares reconfortantes, mientras otros eligen ir a pie y por debajo de la sombra. Pero, en la gran novela Con el agua al cuello de Donna Leon, el clima no es lo único que asfixia a esta ciudad: también lo hacen sus secretos.
Y es que en los canales venecianos no todo es tan bonito y pintoresco como vemos en las revistas de moda o en las fotografías de las agencias turísticas. Algunas aguas son turbias y están llenas de lodo, desechos y mugre, producto de la desidia no solo de sus habitantes, sino también de las empresas que se encargan de purificar el agua.
La novela Con el agua al cuello comienza con Benedetta Toso, una mujer joven, aunque su piel ya no brilla como antaño. Consumida por un cáncer y al borde de la muerte, hay algo que no quiere llevarse a la tumba. Sus últimos suspiros van dedicados a los comisarios Guido Brunetti y Claudia Griffoni, quienes deberán resolver el misterio que envuelve la muerte de su marido. “Ellos le mataron”, alcanza a decir antes de que su voz se silencie para siempre.
«En los canales venecianos no todo es tan bonito y pintoresco como vemos en las revistas de moda o en las fotografías de las agencias turísticas.»
Vittorio Fadalto era un hombre “normal”. Trabajador, responsable y excesivamente moralista. Dedicó gran parte de su vida a la empresa Spatutto Aqua, una organización encargada de velar por la calidad del agua que consumen los ciudadanos de Venecia. Sus compañeros de trabajo se deshacían en halagos hacia él. Una vez muerto, hay muchas bocas que se cierran y un silencio que delata una antipatía nunca antes vista.
En los pasillos del gran edificio que sirve de sede para dejar el agua pulcra y libre de toxinas no solo hay trabajadores amistosos y eficientes, sino también rumores, amoríos y escándalos que están sepultados en pozos que nadie quiere destapar.
Una moto que se estrella en un canal y un hombre que, inconsciente, pierde la vida ahogándose de la manera más burda posible. No hay testigos del accidente ni una mínima pista que indique que se trató de un homicidio. Aun así, Benedetta insiste en que lo mataron y habla de un “dinero sucio”, que Fadalto consiguió para pagar su tratamiento contra el cáncer en una prestigiosa clínica privada.
«Una vez muerto, hay muchas bocas que se cierran y un silencio que delata una antipatía nunca antes vista.»
¿Hasta dónde llegarías para darle unos meses más de vida a la persona que amas? ¿Qué serías capaz de hacer para regalarle un poco de aire puro? Pero la pureza escasea en las hojas de Con el agua al cuello, en la que Donna Leon hace una fuerte denuncia de la sociedad veneciana, en la que muchos ciudadanos miran, pasivos, hacia un costado frente a delitos que consideran nimios: la contaminación de las aguas que beben sus niños, las enfermedades que matan gente, la destrucción del medioambiente, la explotación frenética de los recursos naturales y una insaciable sed de poder que desemboca en la corrupción.
Entre libros y escepticismo, Brunetti habita un mundo ideal y algo melancólico, sin grandes sobresaltos. El crimen de Vittorio Fadalto queda en la presunción y en la posible fantasía de una mujer viuda y moribunda hasta que el comisario comienza a investigar una fina red de contactos que lo llevarán a aguas turbulentas.
¿Hasta dónde llegarías para darle unos meses más de vida a la persona que amas? ¿Qué serías capaz de hacer para regalarle un poco de aire puro?
Guido Brunetti y Claudia Griffoni dan inicio a una carrera frenética en la que intentarán no solo encontrar a un culpable, sino también desentrañar una red de delincuencia medioambiental, en una empresa aparentemente perfecta en la que nadie es quien dice ser.
El comisario finalmente será el encargado de decidir quién es el monstruo de Con el agua al cuello y deberá velar por los intereses de toda una sociedad al tomar una decisión crucial.