Cuando la justicia no se anima a ver, cuando un fiscal de distrito no tiene la fuerza necesaria para hacer su trabajo, entonces todo puede ocurrir. Como en el infierno. Y Abril rojo, la novela de Santiago Roncagliolo, es ejemplo de eso.
En un Perú profundo, las diferencias se acentúan con los hechos. Muertes, violaciones, fraudes políticos. Roncagliolo escoge para la historia de Abril rojo un marco histórico-social idóneo para el género de la novela negra, que resalta el cinismo de la clase política fujimorista, pero no encuentra cómo eludir semejante muro que aqueja a toda América Latina. ¿Quién podría encontrarlo? Las dictaduras fueron peores, el terrorismo es terrorismo desde el punto de vista del Estado, que es justo quien tiene el monopolio de la violencia legal.
La narración de Abril rojo transcurre en la ciudad de Ayacucho, en la primavera del año 2000, previo a unas elecciones plagadas de fraudes y trampas, con Fujimori —presidente de Perú de 1990 a 2000— como principal actor de estos hechos.
El personaje central de Abril rojo es Félix Chacaltana Saldívar, un burócrata que lleva una vida intrascendente como fiscal distrital adjunto en Lima. Él dice ser de Ayacucho, pero nadie le cree, nadie lo respeta, nadie lo toma en serio. La elección de la ciudad no es casualidad. Ayacucho es el epicentro del desarrollo de Sendero Luminoso, el partido comunista de Perú y otro actor involucrado fuertemente en la trama.
Y desde el comienzo el panorama es sombrío. Las preguntas de Abril rojo nos inundan:
“Chacaltana se preguntó qué hacer con las solteras violadas en el ordenamiento jurídico. Al principio, había pedido prisión para los violadores, conforme la ley. Pero las perjudicadas protestaban: si el agresor iba preso, la agredida no podía casarse con él para restituir su honor”.
Y de tan meticuloso y apegado a la justicia, el fiscal Chacaltana de Abril rojo choca con el capitán Pacheco, quien lo increpa, lo entorpece, lo frena.
“Chacaltana era un funcionario serio y honesto. No debía tener opinión”.
“Si el comandante decía que era un lío de faldas, era un lío de faldas”.
Esta novela de 2006 todavía es actual, no envejece, sus fauces se fundan en una violencia que atraviesa todos los estratos sociales. Y el policial negro, en este caso, no atemoriza solamente por lo que leemos en Abril rojo, sino por el marco en el que se lleva adelante.
Recientemente, el mismo autor ha descrito la atemporalidad de los hechos que se desarrollan en su novela. “Abril rojo habla de un país en guerra, en extrema polarización, y después de 15 años eso pasa en toda América Latina. Otra vez. Son dos mitades enfrentadas en cada país, a veces un poco más, a veces un poco menos, pero a diferencia de ésta, existe. Nos matamos menos, pero la lucha y los conflictos siguen siendo los mismos, y conforme la histeria se va comiendo toda la discusión es posible volver a la violencia de antes, me gustaría que alguien lea esta novela ahora pensando: cuidado, porque puedes acabar aquí”.Las confrontaciones radicales solo pueden amortiguarse a raíz de la empatía. Y justo ese es el blanco de la novela de Roncagliolo; Abril rojo, como obra literaria, te invita a ponerte en los zapatos de gente diferente a ti. Y como bien dice el autor, “eso es algo que hace mucha falta, cada vez somos todos un poco más incapaces de pensar como alguien diferente, y la literatura nos convierte en esa persona durante un tiempo”.