No es casualidad que Manuel Puig se relea en esta época de apertura de derechos a las minorías más castigadas durante décadas. Toda la obra del escritor argentino está atravesada por personajes excluidos, banalizados, relegados por una sociedad represora, y en ella las voces silenciadas vuelve en forma de una poética signada por la calidad narrativa.
La nueva edición de Seix Barral de Pubis angelical, quinta novela de Manuel Puig, tiene la hermosa particularidad de contar con un prólogo de Mónica Lavín. El texto abre al lector una puerta a la obra del escritor argentino, a quien Lavín describe como “el Andy Warhol de la literatura latinoamericana”.
Pubis angelical es, quizá, la novela de Puig que mejor refleja esta comparación. Además de ser una obra clave de su producción, es un pastiche en el que la trama resulta una especie de experimento orgánico que involucra las dos caras del cerebro de Ana, una mujer internada en México. Así, postrada en un hospital, vemos convivir sus dos alter ego con una realidad inhóspita.
Pero en la lectura real, la que desde el comienzo nos hace sentir que se lee algo distinto, los tres personajes femeninos que representa Ana transitan por diferentes tiempos e historias, con un común denominador —que, a su vez, atraviesa prácticamente a toda mujer fuera de esta ficción—: se enfrentan a problemas relacionados con el patriarcado.
De las tres vivencias, la historia de la tercera mujer es quizá la más atractiva. Este relato deja más espacio a la imaginación del lector. Se trata de una distopía de trabajadoras sexuales con problemas de psicomotricidad, que son utilizadas por el gobierno para satisfacer las necesidades sexuales de los hombres: “[…] ¿es injusto tener en cuenta las necesidades sexuales sólo del sector masculino descalificado? ¿acaso las mujeres de edad, las jóvenes lisiadas y las deformes no tienen las mismas urgencias?”.
Pubis angelical es una novela completa. Los ejes temáticos abundan en las páginas y las lecturas pueden multiplicarse desde diferentes perspectivas; es posible vislumbrar la relación del erotismo y los personajes cargados de deseos, la parodia de lo patriarcal como sustento, la realidad metafórica. Incluso por momentos el realismo mágico se confunde con la ciencia ficción, atravesada por lo poético, por una violencia psicológica profunda y por una visión de la política y la perversión de inmiscuirse en ciertos problemas personales.
En este cóctel de literatura experimental, publicado por primera vez en 1979, la primera persona es contundente. Ana, la narradora de Pubis angelical, lo siente todo, pero no puede ser consciente de ello. Por eso el lector funciona como testigo clave, al transformarse en cómplice de las avenencias de los tres personajes; digamos que forma parte del velo que separa la ficción, la literatura vista desde el proscenio.
Pero a todo esto, Pubis angelical —que, por cierto, ya fue llevada al cine— no es solo la historia de una mujer y sus alter ego. Además de sus historias de opresión, existe un lenguaje rico, una experimentación que se presenta desparpajadamente en los escenarios visuales de alta imaginación, las polifonías, las reflexiones y los diálogos.
Manuel Puig fue varios pasos adelante respecto a la época que le tocó vivir. Así como la Premio Nobel Annie Ernaux se atrevió a narrar temas relacionados con los problemas femeninos en una época en la que estos no eran relevantes para las agendas sociales, Puig se animó a vincular las dificultades de las mujeres en la vida cotidiana con su rol en el sistema social, en la vida misma y en el mundo.