Fuerte es el silencio: El ineludible grito del mexicanismo urbano

Fuerte es el silencio: El ineludible grito del mexicanismo urbano

Solo la inigualable Elena Poniatowska es capaz de hacer de la poesía, mezcla del espíritu melancólico con la socarronería aguda y cariñosa, una cautivadora herramienta para revelar la mitología involuntaria emergente de una urbe impasible que, bajo el nombre de Distrito Federal y consciente de su efecto seductor, arrancaba sin remedio a los pobladores de la provincia mexicana para convertirlos en migrantes dentro su propio país. 

Esto a través de crónicas cuyo pulso periodístico encuentra y refleja la gloria citadina en la jornada del guerrero oculto tras la figura del desposeído, a veces recién llegado, asemejándose a los legendarios textos propios de las clásicas novelas de caballería, pero con protagonistas que, aunque pertenecen a la segunda mitad del siglo pasado, aún hoy son fáciles de rastrear, a través de algunos resabios, con tan solo voltear la mirada a las calles de la rebautizada CDMX. 

Nos referimos a Fuerte es el silencio, un puñado de pasajes en los que toma el protagonismo lo que “no se dice pero sí se ve”, convirtiéndose en una ineludible, colorida y al mismo tiempo desesperanzadora realidad plagada de seres que, impulsados por su colosal creencia de aspirar a algo mejor, ante el desamparo se juegan el pellejo y el espíritu, con tal de que sus familias sobrevivan bajo la sombra de los edificios y con la mirada puesta en el orgulloso Ángel de la Independencia de avenida Reforma, el cual, después de caer y hacerse pedazos en aquel temblor de 1957, resucitó de entre las entrañas empobrecidas de una colonia popular para cargar las esperanzas de sus fieles sobre sus hombros desnudos.  

Son creyentes que se visten de héroes sudorosos, lejos del glamur o el edulcorado romanticismo, a quienes aquí Poniatowska también denomina como ángeles. Seres inconscientes de sus alas invisibles y definidos por las actividades que asumen para ganarse la vida, tan resignados como llenos de una necesaria y evidente convicción por tener un rincón para vivir y algo que comer. 

Los hay que presumen haber caído del cielo en su mote, que instalan sus viviendas endebles en lo material pero férreas en voluntad y necesidad, los llamados “paracaidistas”; también aquellos que recorren largas distancias hasta llegar a las casas elegantes para limpiarlo todo mientras de fondo suenan los programas de concurso que arroja el siempre presente televisor, es decir el servicio doméstico; o los que veloces sobre dos ruedas van sorteando la hostilidad del asfalto y el recelo de los morosos para conseguir el pago correspondiente, mientras hacen labor de convencimiento para renovarles sus calzas, se trata de los no siempre bien recibidos “aboneros”.  

Y cómo no reivindicar a los merolicos, billeteros, globeros, voceadores, dulceros, boleros, pajareros y similares que, cual caballeros andantes, hacen de las banquetas el incierto escenario de la gesta de su vendimia, dejando hasta el último aliento en el intento de capturar a grito pelado la atención de los transeúntes, consumidores potenciales. 

Pero, además, en los textos compilados en Fuerte es el silencio también se habla de la menospreciada gloria y carácter de los habitantes de territorios que se revuelven para enarbolar con dignidad su capacidad de organización, protesta y activismo, como la legendaria comunidad de Nezahualcóyotl, por ejemplo. 

Todos transitando entre abusos e impunidades, hombro a hombro con los obreros y estudiantes que desnudaron la mentira del régimen acerca de un supuesto país pletórico de paz y prosperidad, reclamando ante la tragedia, con la elocuencia de los sin voz, un nombre y un rostro, pese al empeño de las autoridades e instituciones en negarles ese derecho y convertirlos en números y sangrientas estadísticas, según convenga a sus propios intereses. A la par, por supuesto, surgen ladrones y otros criminales que alcanzan el estatus de celebridades, mientras las víctimas de la opresión son asfixiadas injustamente en la cárcel. 

Es un universo de vigorosa marginalidad retratado y reinterpretado por la hábil pluma de una especialista en capturar el murmullo extraordinario, envolvente y a veces abrumador que caracteriza la idiosincrasia, testimonio de la gesta heroica del mexicano que, cual héroe de a pie, cada día cae y se levanta, repitiendo su lucha una y otra vez.      

Así pues, Fuerte es el silencio de Elena Poniatowska es una obra profundamente humana y no solo se hace leer por llevar a la crónica a los niveles de la épica, sino que se hace escuchar retumbando hasta arraigarse en los sentimientos para no ser ignorada nunca. La publica Seix Barral.  

Fuerte es el silencio, de Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Nació en París en 1932, pero con tan sólo nueve años se trasladó a México. Su carrera se inició en el ejercicio del periodismo. Por esta labor se le entregó en 1978 el Premio Nacional de Periodismo en México. Ha sido nombrada doctor honoris causa por ocho universidades y galardonada con el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 2002. Entre sus novelas destacan: Lilus Kikus (1954), Hasta no verte Jesús mío (1969), Premio Mazatlán,La noche de Tlatelolco (1971), Premio Xavier Villaurrutia, Querido Diego, te abraza Quiela (1978), La Flor de Lis (1988), Tinísima (1992), Premio Mazatlán, La piel del cielo (2001), Premio Alfaguara, y El tren pasa primero (2007), Premio Rómulo Gallegos. También ha escrito cuentos, reunidos en De noche vienes (1979) y Tlapalería (2003), libros de entrevistas, ensayos y crónicas. Su obra ha sido traducida a más de una decena de idiomas y su trayectoria como periodista y escritora ha sido reconocida con múltiples premios nacionales e internacionales.

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