La multigalardonada escritora estadounidense Ursula K. Le Guin se ganó un merecido lugar al lado de los clásicos de un género en el que predominan los autores masculinos, gracias a una lírica cautivadora en propuestas que abordan, con agudeza crítica, lucidez argumentativa, optimismo irreductible y cariñosa ironía, temas de enorme y lamentable vigencia, como el sexismo, la xenofobia, el militarismo, la segregación, el uso tecnológico indiscriminado, la comercialización voraz y el desastre climático, lo cual hace que su obra no solo sea de revisión obligada para los fans de la fantasía y la ciencia ficción, sino también para los amantes de la literatura en general, tarea para la cual uno de los títulos más convenientes a la hora de empezar es Los desposeídos.
Y es que con esta sobria y envolvente travesía a las profundidades del universo que nos presenta a dos civilizaciones pertenecientes a cuerpos celestes ubicados uno frente al otro —Tierra y Luna—, que forman parte de la Ekumem, Federación Galáctica de Mundos habitados por humanos, pero cuya ideología y sistemas son opuestos, Le Guin deja en claro su rigurosa habilidad para construir y echar a andar poderosos mecanismos narrativos que, sin miramientos, van de ida y vuelta entre el espacio y el tiempo, además de exhibir su innegable capacidad para dosificar a la perfección las características del universo en cuestión, dándoles un peso específico para enganchar al lector y mantener su interés de principio a fin.
A esto hay que agregar que la también creadora de los Cuentos de Terramar y La mano izquierda de la oscuridad renuncia por completo a la manipulación aleccionadora y a cualquier tipo de condescendencia, tanto en el desarrollo de las situaciones como en la psicología de sus personajes, sobre todo en lo que respecta al protagonista, un científico anarquista de nombre Shevek, que con su viaje al que llaman el planeta madre habrá de revolucionar el pensamiento con lo que denominan Los Principios de la Simultaneidad, frente a una utopía que no es ajena al exilio y al peligro de la centralización.
Pero lo mejor es que, a partir de todo lo anterior, se sientan unas bases firmes para que la aventura vaya adquiriendo tintes filosóficos hasta arrojar contundentes replanteamientos sobre las estructuras sociales, la meritocracia, la militancia y las posturas políticas, ampliando conceptos como el citado en el propio título, Los desposeídos, el cual es llevado más allá de sus implicaciones intrínsecas de despojo y desamparo.
Entre ellos, por supuesto, están los que corresponden al claro reflejo del momento histórico en que la novela fue escrita —los 70 y su infame Guerra Fría—, tales como la presencia de los muros y la transformación que en lo físico y lo mental estos le provocan al ser humano, así como los señalamientos al acto de encarcelamiento que, a través de espeluznantes ejercicios que dan testimonio de la pérdida de la inocencia, queda reducida a una mera herramienta obscena y un acto antinatural.
También hay una llamativa exposición de ideas como las de sistemas formativos que, entre otras cosas, podrían considerarse precursores de la renuncia a ciertos pronombres que hoy reclama el llamado lenguaje inclusivo, pero con un sentido más colectivo, pues son resultado de poner el “uso” por encima de la “posesión” para acabar con el propietariado y fomentar una convivencia sana desde temprana edad.
Y qué decir de la elocuencia de reflexiones como aquella que habla de que los números sustituyan a las palabras escritas para encontrar certezas al interpretar la existencia, o la forma en que, dentro de su versión del arte, este se mezcla con teorías científicas, procesos administrativos, términos militares y académicos, mientras aparecen anécdotas llenas de ingenuidad que recuperan el romanticismo simplemente por mirar el cielo mientras se hacen melancólicas preguntas.
No cabe duda de que con Los desposeídos de Ursula K. Le Guin, novela publicada por Minotauro y considerada por muchos como una obra maestra, estamos ante una de las más depuradas y disfrutables piezas de ciencia ficción dura, cuya compleja reinterpretación de la realidad a partir del choque cultural, aunada a un inteligente despliegue de imaginería y originalidad, la convierte en una cautivadora introspección con fachada de ficción especulativa que, al diseccionar los comportamientos individuales, empuja a serios cuestionamientos colectivos.