Elena Poniatowska nos ofrece todo y más con El amante polaco. Libro 2, la segunda entrega de la historia del último rey de Polonia, Stanislaw Poniatowski, quien a la vez está conectado con la autora mediante un excéntrico árbol genealógico (¿sabías, lector, que en Polonia y países aledaños las terminaciones de los apellidos dependen del género de sus portadores?).
A la par que nos lleva por los pasillos de los palacios más acaudalados o nos permite enterarnos de tremendas conspiraciones entre la realeza, Elena Poniatowska ofrece, en esta segunda parte de El amante polaco, anécdotas con entrañables personajes como Octavio Paz o Carlos Monsiváis. ¿Qué más se le puede pedir a una novela que este viaje en el tiempo entre dos países tan diferentes (de México a Polonia, y viceversa), en dos épocas tan distintas (siglo XVIII y siglo XX)?
La autora hace que deseemos caminar por Varsovia y aconsejar al rey (y no lo vamos a negar: de vez en cuando querremos sacudirlo), y meternos de lleno en las historias periodísticas de Elena para conocer a Jan, a Paula, a Guillermo Haro, a Catalina la Grande y a Pepi, ese sobrino cuyo nombre desentona tanto con el resto de esta impecable novela.
¿Qué más se le puede pedir a una novela que este viaje en el tiempo entre dos países tan diferentes, en dos épocas tan distintas?
Al parecer, un cúmulo de personajes ayudaron a construir la historia polaca. Pero si hay alguien a quien adoraremos en El amante polaco es a Stanislaw —Stas, como le diría un amigo—, por las propuestas progresistas que ayudaron a que una parte olvidada de la sociedad mejorase su estilo de vida. También querremos golpearlo, no lo vamos a negar, en cada una de esas ocasiones en que responde con una sonrisa paciente al maltrato y la traición.
Presenciaremos las tres reparticiones de Polonia, odiaremos a Fryderyk II y nos sorprenderemos por las relaciones poliamorosas de aquella porción del mundo. Mientras tanto, Elena Poniatowska disertará sobre su proceso de escritura: “Me he acostumbrado tanto a escribir sobre otros que ahora soy una página en blanco […] he vivido rodeada de palabras, cubierta de cabeza a pies con palabras; oí palabras, tragué palabras, hasta dormida me persiguieron diálogos […]”. Conoceremos su vida en México y su ejercicio del periodismo, tan necesario, difícil y agotador.
“Me he acostumbrado tanto a escribir sobre otros que ahora soy una página en blanco”.
Las conspiraciones en El amante polaco están a la orden del día; no es cosa fácil subir al trono, conservarlo, que no nos corran de él. La historia de Polonia es cruel como todas las historias; la búsqueda del bien común resulta cruel en sí misma. Conoceremos de cerca a Catalina la Grande y nos apenará el pobre Poniatowski. Hacia el final del reinado de nuestro gran amigo, desearemos acompañarlo a toda hora, curar su tristeza, tomarlo de la mano cuando muera.
En las últimas páginas, una noticia sorpresiva conmoverá a quienes no estamos empapados de historia polaca. Y, por último, esto es seguro: extrañaremos a Stanislaw como locos. Después de 560 páginas acompañándolo, uno ya podría caminar por las calles de Varsovia como si las conociera, inclinarse para saludar al rey —porque si algo aprendemos con la lectura es que Stas nunca nos negaría el saludo— y alojarse en alguno de los palacios disponibles (no aceptaremos menos).
La historia de Polonia es cruel como todas las historias; la búsqueda del bien común resulta cruel en sí misma. Elena Poniatowska —autora altísimamente reconocida con premios nacionales e internacionales como el Alfaguara o el Cervantes— ha escrito una novela histórica sorprendente, profundamente íntima y reveladora, sobre su vida y la de sus antepasados. Esta segunda parte de El amante polaco comienza en el capítulo 25, justo donde terminó el primer libro, por lo cual recomendamos que, si no lo has leído aún, vayas cuanto antes a devorarlo para continuar con esta novela que no te dejará indiferente. Luego solo restará preguntarse con qué nueva historia nos sorprenderá esta autora que nunca defrauda.