Alegoría de la urbanización

“Has llegado al paraíso”, declama Una bestia en el paraíso en su primera página. Cécile Coulon nos lleva de paseo por una Francia rural –un paraíso, sin dudas– a simple vista, al menos en nuestro imaginario, bastante singular: la utopía de la belleza. 

Una bestia en el paraíso lleva de la mano a los lectores junto a personajes de lo más agradables, que se dejan querer, enfrentando cada día las vicisitudes de la existencia, al igual que los lectores, y vamos todos de la mano, hay un aire de comunidad benefactora. La de una familia que se desmembra luego de accidentes y decesos. 

El paraíso, entonces, el de Una bestia en el paraíso, es la granja de la campiña francesa que los mantiene unidos, los ensambla. Allí el trabajo es arduo, de manos ajadas, de bellezas que huelen a sangre de cerdo goteando y a un amor obsesivo. 

Blanche y Alexandre hicieron el amor por vez primera mientras un cerdo era desangrado en el patio.

Todo un cóctel el de Una bestia en el paraíso. No falta nada en esta historia que, con la lectura, nos transporta a otro paisaje lejano, pero casi propio. Nos adentramos en la vida de los personajes porque así lo decide la autora, nos muestra un mundo al que accedemos sin mucho esfuerzo, todo transcurre con una agradable extrañeza a través de la vida de Blanche. Por eso, quizá, la lectura es cómoda, agradable; empatizamos con ella por el modo en que se va ambientando. 

Y cuando más seguros estamos de vivir en un paraíso lector, ocurre un quiebre respecto a los estadios de la novela rosa, romántica, con gente que se quiere mucho o que, mejor dicho, no sabe del todo cómo quererse, que hace lo que puede en la vida sin tener la información necesaria y sin padres que completen esa falta. Una bestia en el paraíso es, quizá, esa novela de lo que no se dice, la alegoría del iceberg nos atrapa. 

Y cuando más seguros estamos de vivir en un paraíso lector, ocurre un quiebre respecto a los estadios de la novela rosa, romántica, con gente que se quiere mucho o que, mejor dicho, no sabe del todo cómo quererse

Cuando parece que el drama profundo radica en los celos, cuando creemos que yace la trama en el amor no correspondido –muy obvio, muy empalagoso, como siempre que un autor nos deleita con su pluma–, Una bestia en el paraíso deslumbra con un diablo vestido de otra cosa, Cécile Coulon tiene el puñal bien guardado. El as que no vislumbramos, porque aunque una sonrisa resulte cautivadora, el diablo siempre será diablo. 

Aunque una sonrisa resulte cautivadora, el diablo siempre será diablo. 

Descubrimos que no es el amor lo que mata, sino algo mucho más violento: el fin del paraíso, de cualquiera que haya existido o aún exista, porque, está claro, todos los paraísos terminarán transformándose. Más aún con una bestia en el paraíso suelta y bien recibida por los habitantes.

En ese momento entendemos que lo de Cécile Coulon es pura literatura: nos llevó a un lugar paradisiaco con apariencia festiva para luego abandonarnos a merced de los acontecimientos. Desde aquel punto ínfimo en el mapa nos abre una puerta a una historia universal. 

            Para los que vivimos en ciudades de concreto, jardines de asfalto y montañas de edificios que acumulan humanos en hormigueros de hormigón, diría que la gran mayoría de la población lectora, Cécile Coulon nos transporta como bestias para darnos una enseñanza: deberíamos ser conscientes de que, donde vivimos, alguna vez supo existir un paraíso. 

Una bestia en el paraíso, de Cécilie Coulon

Cécile Coulon

Cécile Coulon

Cécile Coulon nació en Clermont-Ferrand en 1990. Autora revelación de la literatura francesa contemporánea, es articulista, novelista y poeta. Publicó su primer libro a los 16 años y desde entonces ha ganado algunos de los premios más importantes de Francia, como el Premio Guillaume Apollinaire en 2018 con su poemario Les Ronces y el Premio de Le Monde en 2019 con la novela Una bestia en el paraíso.

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