Existe un mito urbano acerca del Río Mississippi: que sus aguas tienen una especie de magia y ésta ha provocado que un caudal de músicos surja a sus alrededores, desde Louis Armstrong hasta Elvis Presley. Un fenómeno similar parece existir en el extremo sur de nuestro continente, pero en términos literarios, poéticos si queremos ser más concretos: en Argentina, Chile y Uruguay los poetas se dan hasta por debajo de las piedras.
¿Serán las ráfagas de aire que se afilan con los Andes, la cercanía con la Antártida o con la mítica Tierra del Fuego? Hay algo por eso lares que le permite a la punta sur de América presumir de los versos de diversas personalidades, como el argentino Leopoldo Marechal, la uruguaya Ida Vitale y el chileno Pablo Neruda, en quien nos detendremos en esta ocasión.
Y es que el nacido como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto suele ser una de las puertas de entrada a la poesía sudamericana, al menos para los lectores mexicanos, con sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, una estocada directo al centro de los enamoramientos adolescentes y un tiro al blanco para crear un vínculo sólido con el género poético:
Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas
desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
Dicen los primeros versos del “Poema 12” del popular poemario, que ahora puedes consultar en Poesía completa. Tomo 1 (1915-1947) (Planeta, 2019). De ahí es fácil seguirte con las rimas de Pablo Neruda, desde su obra más primeriza —no por ello menos valiosa— como “Amiga no te mueras”, “Un hombre anda bajo la luna” y otras creaciones de su juventud, como “Fantasma” y “Unidad”, todas incluidas en la misma edición.
Sería superfluo decir que cada palabra escrita por Pablo Neruda va dedicada al amor romántico. Conforme te sumerges en su herencia lírica, notas su sensibilidad para contemplar en su prosa distintos paisajes naturales y, sobre todo, temas sociopolíticos.
Estos intereses y preocupaciones se ven reflejados desde sus primeras obras, pero adquieren mayor fuerza y poderío conforme avanzan sus vivencias personales. Fue, por ejemplo, durante su exilio en España, recién iniciada la dictadura de Pinochet, cuando escribió “Los enemigos”, que aparece en Poesía completa. Tomo 2 (1948-1954), editado también por Planeta:
Entonces, en el sitio
donde cayeron los asesinados,
bajaron las banderas a empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los asesinos.
Por esos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.
Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido castigo.
Sin embargo, la maduración del poeta no se refleja únicamente en el abanico de temas que surgen a su paso y la profundidad con que los aborda. Conforme pasa el tiempo también es notoria la consolidación de su estilo.
Representante del movimiento vanguardista, Pablo Neruda permeó su obra de su distintivo espíritu rebelde. Los versos de quien fuera embajador de Chile en Francia durante la presidencia de Salvador Allende rompieron con las reglas y esquemas heredados de sus colegas europeos.
El último poema suyo del que se tiene registro, “Hastaciel”, mantiene ese ímpetu:
Hastaciel dijo labla en la tille palille
cuandokán cacareó de repente
en la turriamapola
y de plano se viste la luna del piano
cuando sale a barrer con su pérfido párpado
la plateada planicie del pálido plinto.
Tesis completas se han dedicado a examinar esos versos de despedida de Pablo Neruda. Habría que profundizar en sus memorias, Confieso que he vivido, para hallar una clave que lleve a comprender la totalidad del breve “Hastaciel”, y claro, también para encontrar escritos que hasta el momento de su publicación permanecieron inéditos —la edición que corre a cargo de Planeta incluye manuscritos fechados incluso meses antes de la muerte del poeta—.
La publicación arriba mencionada es oro puro. Incluye fotografías, una cronología nerudiana y más piezas de un rompecabezas que guían al momento de reconstruir y rememorar al escritor chileno. Algunas veces hasta parece que, al leer, se escucha su propia voz. Especialmente su última conferencia, destacadamente el último poema que, al parecer, recitó en público:
Ay, de cuanto conozco
y reconozco
entre todas las cosas
es la madera mi mejor amiga.
Yo llevo por el mundo
en mi cuerpo, en mi ropa,
aroma
de aserradero,
olor de tabla roja.
Mi pecho, mis sentidos
se impregnaron
en mi infancia
de árboles que caían
de grandes bosques llenos
de construcción futura.
Tenemos solo una mala noticia: el libro que da cierre a la obra de Pablo Neruda no revela el secreto detrás de la amplia producción de poetas sudamericanos. Tendremos que seguir teorizando al respecto.
Quizá, ante la ausencia de un símil del Río Mississippi que atraviese tierras argentinas, uruguayas y chilenas, la peculiar cosecha de poetas posiblemente sea un mero acto de casualidad o de suerte. O no.
Quizá el origen no esté en la magia de los paisajes colindantes de la tríada de países, sino en afinidades históricas dolorosamente compartidas: el nivel de consciencia y de receptibilidad que causan las atrocidades dictatoriales. Nos gustaría pensar en esta última, nos gustaría pensar en el poder de la resiliencia y de la poesía.