Antonio Ortuño, consagrado como una de las voces más populares de la literatura mexicana contemporánea, nos golpea con su nueva novela Méjico, en la que el exilio provoca deseos de venganza.
Corren los años noventa en la Ciudad de México, y con ellos, la desesperación de varias familias. En esta novela, el autor entrelaza dos historias familiares paralelas con un margen temporal de 100 años entre ellas. Dos hombres unidos por la desgracia de haber padecido hasta el último centímetro de sus tierras.
Omar Rojo Almansa se ve marginado no solo de su familia, sino también de la vida misma. Descarrilado, recurre a sustancias para anestesiarse y no sufrir tanto las faltas del día a día. Catalina, una prima lejana mucho mayor que él, lo inicia en una aventura peligrosa, la cual puede costarle hasta el último suspiro con aliento a alcohol barato.
En Méjico, tras un ajuste de cuentas en el que se ve involucrado y del que se salva por un pelo, Omar sueña con huir hacia España e instalarse allí con su prima Juanita. Este deseo de escapar, la falta de un sentido de pertenencia, lo comparte sin saberlo con Yago, su abuelo, quien llevó una vida totalmente nómada y áspera, escapando siempre de las balas y de la miseria, en el intento de preservar a su familia.
En las calles de Guadalajara, México, nadie está a salvo. Corren las drogas, el contrabando y los negocios ilícitos. Aquí es donde el autor explota su veta narrativa: en el torbellino de la violencia. El Mariachito es un empresario reconocido y temido en la zona, que se dedica a la industria ferroviaria, llevando negocios turbios y cobrando deudas con sangre. Así conoce al Concho, un joven desamparado lleno de cicatrices internas, abandonado y consumido en su propio odio.
Es el Concho quien perseguirá a Omar hasta por debajo de la tierra, jurando vengarse de todo lo que le robó y de lo que él cree que le hizo perder. Un personaje profundamente marcado por la rabia y por el desconsuelo. Un hombre que pasa años de vida en la cárcel, masticando rencor y vislumbrando a través de barrotes una futura venganza, por un crimen que no cometió.
México en aquel entonces era el campeón mundial en producción de exiliados. Y así lo expresa Ortuño: “Todo el que no mostrara pasión por sus tradiciones era un impostor”. No importaban las buenas costumbres, ni las razas, ni las tradiciones. Había que amar al país a como diera lugar, si no, estabas fuera.
En los años cuarenta en Veracruz, México, la historia no era muy diferente. Yago Almansa, junto con su mujer, María, vive escapando de un amante que habitaba en el rencor. Benjamín Lara, quien deseó desde su infancia a María, no puede vivir con el rechazo. Esta persecución hace que la familia se traslade a Madrid, donde la Guerra Civil les pisaba los talones y convivían a diario con los bombardeos y el pánico.
Si hay algo que hace a la tradición familiar de los Rojo Almansa es la necesidad de mancharse las manos de sangre, un mecanismo inusual como vía de escape. Correr de un lado a otro con un paradero incierto. Respirar aire putrefacto y agonizar en el camino hacia la libertad. Así hizo siempre la familia, un tiro en el vientre para que sufriera. Otro en la cabeza para que dejara de sufrir.
Méjico es un thriller histórico en donde el color rojo mancha la totalidad de las páginas. Un odio visceral que consume a los personajes y un destino inefable marcado por la tragedia. Antonio Ortuño se consagra como una de las voces más populares de la literatura contemporánea mexicana. Méjico retrata a la perfección la violencia que corre por las venas de hombres que no le tienen miedo a nada, que solo buscan sobrevivir.