Manuel Puig, ante todo, era un ser humano sensible. Desde su más temprana edad repudió la violencia en todas sus formas e identificó al macho alfa como un personaje detestable, cosa que lo llevó a sentir desprecio por todo tipo de autoridad, ante el más mínimo destello de mandato de un superior. Creció sin perder esa inquietud ni el deseo de visibilizarla de alguna manera.
Lo primero que surgió fue su intención por convertirse en cineasta —deseo que tuvo desde pequeño—, lo que no consiguió por el tipo de organización, de verticalidad siniestra, que conlleva la producción de una película. Pero Puig, sin buscarlo, llegó a la libertad de la literatura como extranjero, un transterrado: esta le permitió romper con la secuenciación lineal o serial del cine y experimentar con mosaicos de fragmentos intercambiables.
Imaginémonos entonces a este escritor en el exilio. Hagamos el trabajo de ponernos en sus zapatos, de usar su pluma: teniendo que vivir lejos de casa, obligado por sucesivos gobiernos militares que desaparecían gente, encerraban y mataban la libertad de pensamiento. Imaginémonos su pulsión por contar, por expresar todo su rechazo a la violencia más salvaje y descarnada.
Manuel Puig, siendo un hombre sensible y contrario a la violencia, encontró una vía sin igual para manifestar su inconformidad. Si en El beso de la mujer araña (1976), su novela más combativa, levantaba la voz en las de dos presos políticos que se contaban películas uno al otro, en Sangre de amor correspondido (1982) también hay una voz de protesta, pero que no grita ni pelea o intenta convencernos de algo que está mal; la problemática está para ser descubierta, leída, interpretada. Nos indaga como lectores, juega con una aparente falta de significado.
El reclamo del novelista en Sangre de amor correspondido se encuentra oculto en la estructura y el contenido. La memoria, lo que esta reconoce como recuerdo y elige contar, es un personaje central. Todo se juega en el recuento de una relación entre dos personas, de las cuales una es menor de edad, premisa que deja implícitas la violencia y la opresión.
La memoria, lo que esta reconoce como recuerdo y elige contar, es un personaje central. Todo se juega en el recuento de una relación entre dos personas, de las cuales una es menor de edad.
La historia narrada en Sangre de amor correspondido transcurre en el pueblo de Cocotá, en las inmediaciones de Río de Janeiro, Brasil, donde la atmósfera rural está presente desde el comienzo. Y eso es algo que Manuel Puig conoce y lo atraviesa: la violencia de “pueblo chico, infierno grande”. La protagonista lleva el nombre de María da Gloria, apenas tiene 15 años, es aún virgen y es parte de una familia italiana que se rige por los parámetros más tradicionales de la vida.
Josemar es el otro personaje, un hombre mayor que seduce a la joven durante tres años, hasta que una noche ella accede a ir a un hotel. La relación sexual no es consentida, hay forcejeos, sangre y luego él desaparece, no sin antes dedicarle la famosa promesa de que volverá. Sorpresivamente regresa, pero una década después.
Sangre de amor correspondido representa una de las temáticas que más preocupaban a Puig: lo peligrosas que suelen ser las relaciones afectivas para las mujeres. En este caso lo hace a partir de una historia que nos sumerge en un suspenso que no nos suelta y tampoco da descanso para la reflexión.
Y si bien esto refleja un sondeo exhaustivo por parte del relator, “el gran mérito de la novela de Puig, a mi parecer, es mostrar la no-completitud de la memoria o la narrativa personal como un mosaico de recuerdos verdaderos o falsos, algunos deliberados y otros inconscientes, lo cual impide una memoria plena y verdadera”, apunta Liliana Blum en el prólogo de la reedición recientemente lanzada por Seix Barral en México.
Sangre de amor correspondido no es una novela clásica; es un juego, una anécdota, una narración viva pasada por ciertos filtros del lenguaje y la tecnología del momento: Manuel Puig entrevistó a un albañil brasileño, plática que transcribió en portugués y convirtió al castellano, recortándola como quiso.
Sangre de amor correspondido se lee al ritmo de la música de Roberto Carlos, gira en torno a relaciones patológicas plagadas de intersticios de pasión. Quizá el final de Puig no tuvo el esplendor de los inicios, pero no por eso sus últimas obras son menores. El exilio lo llevó a la experimentación más rotunda, más profunda: grabar, escribir, transcribir, ocupar el tiempo, llenar la ausencia de terruño, el espacio que el autor nunca cedió a la violencia.