Hay quien dice que, para bien o para mal, somos en mucho lo que ven en nosotros quienes nos quieren, y lo que sentimos cuando nos lo hacen saber, ya sea con miradas, gestos y, por supuesto, en palabras dichas o plasmadas en papel.
En Querido Diego, te abraza Quiela, Elena Poniatowska hace de ese simple y natural mecanismo emocional una cautivadora herramienta para llevar a los lectores a establecer de forma gradual, pero contundente, una reveladora e intensa relación de amor-odio con la figura del pintor Diego Rivera más allá de las implicaciones del mito y la versión educativa oficializada; por supuesto, sin abandonar del todo sus postulados que, a principios del siglo pasado, reivindicaron a un México costumbrista vibrante y afable en contraste con el arte del Viejo Continente, gris, desgastado y aquejado por la guerra. En este mismo sentido, nos muestra las actitudes revolucionarias del muralista, así como el profundo efecto que tenía en aquellos que convivían y comulgaban con él.
Este personaje aparece en las cartas que la autora imagina a partir de la información obtenida de Bertram Wolfe —autor de La fabulosa vida de Diego Rivera—, y que plantea como escritas por la artista rusa Angelina Beloff, primera esposa de Rivera, matrimonio que duró 10 años; a estas se suma una única misiva real, que Poniatowska usa como cierre.
Por un lado, esta narración en primera persona captura la fascinación que el genio y la personalidad del muralista generaban en las mujeres que se convirtieron en sus compañeras sentimentales y esposas, y cuya devoción rayaba en lo enfermizo; por otro, de forma directamente proporcional y sin reticencia alguna, Querido Diego, te abraza Quiela materializa con certeza la imagen de un hombre capaz de un egoísmo absoluto, la más despiadada frialdad y desplantes devastadores.
Concediéndonos pequeños respiros en una lectura dinámica y ligera gracias al formato epistolar, el seductor viaje transcurre en un estilizado derroche de emociones. Sin embargo, las mismas palabras establecen lo cruel y despreciable de las acciones de quien, al dejar al otro lado del mundo a una mujer enamorada y madre de uno de sus hijos fallecidos, recurrió a su estatus creativo para justificarse, convirtiendo en cómplice a la infranqueable distancia en una época en que la comunicación, de por sí análoga, se encontraba prácticamente en ciernes.
De tal modo, la voz de esta mujer funciona para que la siempre lúcida Elena Poniatowska logre humanizar a Diego Rivera plantándole cara al complaciente y constante afán por parte de algunos académicos y admiradores de idealizarlo, cuando en su momento no faltaron quienes levantaron la voz y fruncieron el ceño desaprobando la perspectiva que Poniatowska muestra en esta novela.
Pero esta aproximación a Rivera no es el único acierto de Querido Diego, te abraza Quiela: la futura ganadora del Premio Príncipe de Asturias construyó un retrato muy particular de Angelina al presentarla como una mujer que, ante el dolor del abandono no asumido, la condescendencia, las miradas de lástima y el acecho de la miseria y la enfermedad, abraza la dependencia y se sumerge de lleno en un proceso autodestructivo que resquebraja tanto su dignidad como su salud, sus principios y su talento, en pasajes conmovedores que contrastan la evocación de quién fue antes y después del paso de Rivera y su fatal despedida.
En su brevedad, esta novela epistolar resulta un atrevimiento fascinante. Más allá de la simple narración de hechos derivada de la especulación e incluso contraria a la que quizás hubiera sido la voluntad de Angelina, le permite a la apasionada Beloff una ligera revancha en esta auténtica joya de la Biblioteca Elena Poniatowska de Seix Barral.