Con su libro León de lidia, Myriam Moscona nos reta a armar un rompecabezas. Las piezas del juego son historias aparentemente desconectadas entre sí que no pasan inadvertidas. Desde el comienzo es necesario un lector ávido de experiencias sensoriales, dejar que los pensamientos cruzados se aplaquen y entregarse al mapa que la autora nos propone. Es un viaje histórico, sin duda, pero también hay una alabanza al futuro.
León de lidia es un libro que mezcla diferentes tonos y formatos de escritura, pero está marcado por un ritmo constante en sus párrafos cortos; sus capítulos concluyen con pensamientos que ayudan a la avidez literaria, que reviven momentos como ráfagas de historia profunda y sentimental. Un viaje interior emotivo se vuelve lejano, el punto de partida es una post memoria y logra vincularse al lector cuando los hechos que suceden llevan a una anécdota concreta.
El libro nos hace reflexionar sobre temas variados. Algunos de ellos son concretos, como la historia de un país, la migración, la vida de los huérfanos, de las naciones divididas, la ingravidez de no saber de dónde venimos, el amor y el odio. Unos tópicos son violentos, como las persecuciones y el miedo a reconstruir la historia propia, mientras que otros son más sofisticados, como qué hacer para que los más pequeños puedan llevar adelante un duelo.
Pero hay algo seguro: las historias atraviesan el cuerpo, la conciencia, deambulan entre la belleza musical, la belleza de las pinturas y la tremenda sensación de ser perseguidos por el nazismo y sus socios. “El dolor de la orfandad estaba allí a toda hora y cualquier pequeña desgracia me lo remitía. Entonces mi mente se iba a esa pérdida como el perseguido que llega a un refugio a descansar”, describe la autora en León de lidia.
Se lee en lo profundo la obsesión por que el mapa de la vida quede armado. Sin importar el esfuerzo que implique tiene que encajar, es necesario conseguir la sanidad mental a fuerza de traducciones, de los desprotegidos, de los que no están. Reconstruir los pedazos, unirlos, leerlos, llorarlos y abrazarlos para que sean eternos.
Y entre toda esta hibridez literaria que nos conmueve subyace la historia personal, una búsqueda familiar que se mezcla con Picasso, con sobrevivientes del Holocausto, con Freud en Viena, con Thomas Mann, con sabiduría y reflexión acerca de la violencia de género, de la religión como sustancia de vida. “Nuestra especie es capaz de levantar las más altas catedrales o de protagonizar las acciones más canallas. Se venera a Dios mientras se escupe al cielo”.
León de lidia es un libro lleno de referencias que se adecua de forma partisana a la búsqueda de datos en contra de la era de internet; la información no conlleva a una verdad inequívoca sino que golpea el cuerpo con contenidos irrelevantes pero certeros, perfectos para la lectura. En León de lidia la información es parte del equilibrio, se convierte en literatura del más alto vuelo.
Por momentos se dificulta un tanto leer los diálogos cuando los textos se vuelven de escritura coloquial; es cierto que se requiere cierto esfuerzo por parte del lector, pero en contrapunto las imágenes impresas son bálsamos que acompañan y dan un vuelco a la imaginación. Hay sueños, fotos antiguas, jardines, textos, garabatos, reproducciones. Parecen surgir de manera azarosa, pero ocurren porque es como si el libro los pidiera y en cada decisión la estética quiebra la arbitrariedad.