Es inmediata la inmersión en la primera novela del escritor bajacaliforniano Jorge Arredondo Sevilla, cuyo epicentro es un poblado de origen incierto y prácticamente suspendido en un tiempo previo a la llegada de la luz eléctrica. Su extravagante pluma transita, con descaro y una peculiar arrogancia estética, entre lo onírico de las inquietudes intelectuales y lo real de los sentimientos convulsos, y lleva casi de forma patentemente incidental al grado de introspección con el que dimensiona mensajes de sencilla y directa universalidad por sí solos, pero que en su conjunto forman un sugestivo discurso de naturaleza humanista.
Porque entre lo llamativo que puede ser no solo el colorido, lúdico y escurridizo manejo del lenguaje al que recurre el autor, sino también su provocadora habilidad para enlazar las palabras y entregar frases abrumadoras y llenas de contrastes que se reinventan ironizando sobre sí mismas, El polvo bajo nuestros pies nos lleva a seguir, casi hasta el momento de su muerte, las andanzas de una familia y su comunidad, que rayan en el terreno de lo fantástico; y en el medio está la intención de considerar a cada persona y sus pequeñas acciones cotidianas como impactos que modifican al mundo.
A eso nos conduce aquí la historia de un padre y esposo lleno de promesas sobre las que justifica su reformación del alcoholismo, llenándose de orgullo obsesivo por cada una de las cosechas conseguidas tras arduas jornadas de trabajo; la de su esposa, tristemente resignada a la pérdida de la capacidad para soñar y enfocada en el cuidado de sus hijos, entre los cuales se encuentra uno cuyo corazón roto lo llevó a abandonar a su estirpe para mostrarle a su amada —y a todos— por qué ella nunca debió irse; otro hijo, que vive un romance en situaciones que bordean el límite de la ensoñación; dos chicas cuyo destino escolar es totalmente distinto y las marca irremediablemente, y el más pequeño en edad, impetuoso y con una imaginación desbordada que inunda cada una de las páginas de esta novela presentada por Tusquets y traída a México por Editorial Planeta.
Estos seres se ven sumergidos en la realidad idílica del poblado de Arriaga, donde solo hay un caso de asesinato y robo —sin contar otro par de tragedias cuya infamia se esconde en lo incidental del tratamiento—, la cual se verá transgredida por el progreso al que impulsará la llegada de la energía eléctrica y la radio, en un evidente guiño del autor a la añoranza de una vida más simple, contrastando la trama de ficción, que de base es más frontal, con lo rebuscado de su estética escrita, que no hace sino acentuar el trasfondo.
Pero en estas visiones agridulces sobre los vínculos familiares, amistades y amores a veces malogrados, reclaman protagonismo un felino y sus disertaciones introspectivas, producto de sus estrafalarias aventuras —con epifanías incluidas—. Hay algo más allá de ser una mera mascota, y esa es una lúcida reflexión que llega conforme el relato se despoja de los adornos en sus enunciados, para que los personajes se expongan ante su propio paso por la existencia, en el entendido de que el momento de trascender es también la oportunidad de mutar, y así resuelvan que quizás el sentido de la vida está en esos tejidos que surgen a partir del encuentro y la relación con los otros, incluso por encima de la profundidad de lidiar con uno mismo.
Hay que agregar que El polvo bajo nuestros pies se dividide en una suerte de pasajes casi autónomos, unidos solo por el contexto y el lazo familiar entre los protagonistas, episodios siempre salpicados de guiños al realismo mágico. La obra se presenta como una especie de antología de leyendas que alimentan el mito de un poblado que funciona como metáfora de las necesidades y afanes que nos transforman de modo constante e irremediable, convirtiéndonos en un proceso vivo, permanente y efímero.
El polvo bajo nuestros pies, de Jorge Arredondo Sevilla
