La escritura fue considerada, en plena pandemia, un trabajo no esencial. Como si la lectura no ayudara a disminuir las complicaciones de la vida, como si un libro fuera menos importante que un paracetamol.
Al comienzo de la pandemia existía un marco de inestabilidad emocional y extrema insensibilidad, donde nada se sabía, donde creíamos que los zombis llegarían a comernos los cerebros. Así de duros fueron los primeros tiempos, y en aquel devenir los escritores se quedaron en casa, luchando desde sus trincheras, casi sin exposición, perseverando de la única manera que podían: escribiendo.
Y como nada es instantáneo, como en la literatura lo rápido no siempre es bueno —lo veloz suele estar asociado a lo periodístico, a las notas de carácter testimonial—, los textos literarios sobre la pandemia llegaron en la era posterior, o al menos después de la tercera, quinta o enésima ola; es decir, ahora, en este tiempo extraño en que todavía no sabemos si el abismo está lejos o duerme junto a nosotros.
En ese contexto llega el libro Cuarentena, de Petros Márkaris (Tusquets), que reúne siete cuentos relacionados con la pandemia que vivió —y vive— el mundo. Los relatos están ambientados en Grecia, y si bien la geografía aporta algunos puntos particulares a la narración, el marco funciona, en realidad, como un escenario teatral que todos reconocemos y con el cual nos sentimos identificados. Márkaris narra sabiendo que esas historias podrían ser las nuestras.
Esas historias tienen como eje central el confinamiento. Sin embargo, conforme el libro avanza, se descubre que el virus es una mera excusa para detonar los relatos de Cuarentena. A partir del bicho, Petros Márkaris genera digresiones bien planteadas que estimulan sonrisas cómplices, una lágrima, un sentimiento disruptivo. La lectura sobre la pandemia muta y se convierte en un instante orgásmico: ¡qué alegría que exista la literatura! ¡Qué afortunados somos de poder leer ficción!
“El marco de estos relatos, Grecia, funciona como un teatro que todos reconocemos y con el cual nos sentimos identificados. Markáris narra sabiendo que esas historias podrían ser las nuestras.“
En los dos primeros cuentos de Cuarentena, Petros Márkaris tuvo la idea de asignarle unos casos a su Sherlock Holmes griego, Kostas Jaritos, un excelso comisario, paladín de la justicia de una serie detectivesca que cuenta con obras inolvidables: Muerte en Estambul, Universidad para asesinos, Hasta aquí hemos llegado, Suicidio perfecto, Con el agua al cuello, entre otras. Todas publicadas también por el sello Tusquets.
Este clásico personaje es traído al presente con todo y pandemia. Así, el personaje afronta asesinatos y desapariciones, mientras lidia con la sana distancia y el “quédate en casa”. En el segundo cuento, por ejemplo, un asesino deja mensajes en un puñal y se hace llamar Covid. Tanto la pandemia como los crímenes provocan en el detective no solo la necesidad de investigar, sino también la urgencia de echar mano de la tecnología, como las videollamadas, para conservar lo más que se pueda sus rituales personales y laborales.
Es divertido para los fanáticos del clásico comisario Kostas Jaritos leerlo investigando a través de FaceTime. Pero no solo ese grupo lector encontrará algo de su interés: también todos los que tuvimos que adaptarnos a apagar la cámara y el micrófono en las infinitas sesiones por Teams. “Los ordenadores y las teleconferencias se me dan igual de bien que la natación a los habitantes del Sáhara”, dice en algún momento el personaje.
El tercer cuento, El arte del terror, es una oda a la forma de sublimar el dolor en el arte: “Usted ha retratado con sus mascarillas nuestro Guernica contemporáneo; es decir, la pandemia. Y, al mismo tiempo, ha inmortalizado la ridiculez de la época que nos ha tocado vivir”.
“Es divertido para los fanáticos del clásico comisario Kostas Jaritos leerlo investigando un crimen a través de FaceTime.”
El cuarto cuento, “Centro de refugiados del coronavirus”, es un relato acerca de dos amigos que, tras derrumbes familiares y financieros, no tienen otra opción más que vivir en la calle. La pandemia los termina de invisibilizar. Un cuento emotivo en el cual Márkaris demuestra toda su destreza narrativa: “[…] hoy estamos bien, pero mañana podría volver el hambre. Nosotros, los sin techo, somos como los atletas: nunca debemos dejar de entrenar”, sentencia el autor.
Nota de lectura: si los policiales no son lo tuyo, no está mal comenzar Cuarentena a partir del tercer cuento.
Otros relatos que aparecen en este libro: “Los tres caballeros”, en el que Jaritos interactúa con tres mendigos (Platón, Sócrates y Pericles, ahí nomás); “La taberna de Karaguiosis”; y por último “Jalki: el vacío y la bicicleta”, un epílogo que nos regala esta hermosa frase: “[…] todos los griegos de Constantinopla tienen dos edades. La primera comienza el día de su nacimiento, y la segunda, el día en que abandonan Constantinopla”.
Para cerrar no podemos dejar de mencionar a la traductora del volumen: Ersi Marina Samará Spiliotopulu, una de las principales conciliadoras de los tan diferentes aspectos entre la lengua hispana y la de los libros que llegan desde el viejo continente.