Desde la teoría evolutiva del zoólogo Richard Dawkins sobre El gen egoísta (1976) —que rastreaba las bases biológicas de la conducta humana y proponía que la evolución no estaba dada por una adaptación al entorno (como sugería Charles Darwin), sino por nuestros genes que, programados de forma automática, permitían a un individuo sobrevivir sobre el otro—, hasta la breve historia sobre la humanidad de Harari, De animales a dioses (2012) —que redefine la historia de la especie humana desde las raíces evolutivas, el capitalismo y la ingeniería genética—, se observa un boom por la literatura que busca explicar de forma multidisciplinaria (al combinar biología, historia, sociología, antropología) el pasado, el presente y el futuro (donde indiscutiblemente aparece la inteligencia artificial) de los seres humanos. Así, Borrachos: cómo bebimos, bailamos y tropezamos en nuestro camino hacia la civilización (2022) no es la excepción: desata un enmarañado vínculo histórico a partir de la interacción disciplinaria entre la arqueología, antropología, sociología, neurociencia, psicología social, literatura, psicofarmacología, genética, que recorre las razones evolutivas de por qué los humanos se emborracharon o incurrieron en sustancias alteradoras de la conciencia, y por qué estas prácticas continúan en la modernidad.
Cuando muchos podrían argumentar que Borrachos se tiñe de un discurso moralista, vemos que su autor, Edward Slingerland (Nueva Jersey, 1968), lejos de asumirse juez, bien habría dado una respuesta genetista a Dawkins: “somos simios egoístas hechos para drogarnos”; pero también evalúa, como Harari, el rol fundamental de la embriaguez (o la intoxicación) en la cultura y su papel en la evolución de la humanidad como seres creativos y comunitarios: “El deseo de emborracharse, junto con los beneficios personales y sociales que procura la ebriedad, fue un factor crucial para desencadenar el auge de las primeras sociedades a gran escala”.
Sin embargo, y a la vez, Borrachos aborda las (des)ventajas de “quienes se preocupan, con razón, por los graves costes del consumo de intoxicantes”, en una modernidad que (cita a Michael Dietler) tiene: “más de dos mil cuatrocientos millones de consumidores activos en todo el mundo (alrededor de un tercio de la población del planeta)”. La posibilidad, entonces, de ilustrar estas vicisitudes surge frente a la pregunta “¿por qué a los seres humanos nos sigue gustando emborracharnos?”, sobre la que el autor aventura que “Si ha sobrevivido tanto tiempo, ocupando un lugar central en la vida social humana, las ventajas de la intoxicación han debido de superar, a lo largo de la historia de la humanidad, a sus obvias consecuencias negativas”. Así, Slingerland en Borrachos realiza un trabajo profundo para indultar y redimir a los amantes de la bebida alcohólica en estos tiempos en los que pasan por necios y pecadores.
Slingerland pudo rastrear, por medio de su profesión de sinólogo, que “El primer rastro directo de la existencia de las bebidas alcohólicas producidas ex profeso por humanos data de alrededor del 7000 a. C., en el valle del río Amarillo de China”. El libro muestra el equilibrio del alcohol en la relaciones humanas, entre el bien y el mal, así como sus bondades para optimizar la intimidad entre los seres y lograr un acercamiento sincero, sin prejuicios, que favorezca al amor y supere la incomodidad —esto se trata en el capítulo 4—, también se trabaja la contraparte, es decir, los problemas del abuso físico y sexual bajo la intoxicación alcohólica. El autor elige al Génesis como el primer texto literario en el que ocurre una violación bajo los efectos del alcohol, cuando las hijas de Lot lo emborrachan hasta dejarlo casi inconsciente para que él las seduzca y las embarace (Génesis, 19-33).
Luego narra y desata distintos usos (y abusos) de desinhibidores de la conciencia en distintas civilizaciones, y muestra todas las vasijas y utensilios puestos a su servicio: desde los cantos a la cerveza de los sumerios, botones de peyote y frijoles de mescalina en cuevas mexicanas para rituales chamánicos, sapos venenosos y hongos alucinógenos, vino, cerveza, sake, Dionisio, largas peregrinaciones de civilizaciones para aprovechar y generar excedentes de los vegetales con el fin de desarrollar procedimientos para fermentar el alcohol, y rock n’ roll, la fiesta del Burning Man y chupitos de tequila, las destiladoras, los abstemios y muchos etcéteras…
Bajo esta premisa, Borrachos rastrea el proverbio latino “In vino veritas, in aqua sanitas” [“En el vino, la verdad; en el agua, la salud”], atribuido a Plinio el Viejo, pero cuyo origen griego, se dice, se remonta a Alceo de Mitilene, de quien se sospecha que pudo haber aparecido en alguna versión de El banquete de Platón. Así Borrachos aproxima una verdad sobre la humanidad que no es la más saludable. En el ensayo conviven dos teorías que sostienen la labor de Slingerland y subvierten la evolución: la del “pirateo a la evolución” —“forma ilícita de acceder a un sistema de placer diseñado para recompensar otra conducta más adaptativa” (por ej., la masturbación, en la que se obtiene recompensa sin medios reproductivos) y la teoría de la “resaca evolutiva” —“cuando nos invaden conductas e impulsos que antes eran adaptativos, pero que ya no lo son” (por ej., la comida alta en azúcar y grasas, necesaria para los cazadores-perseguidores frente al hambre, pero que ahora, en un entorno moderno con más fast food, es un boleto al infarto cardíaco): “Sean de la variedad «resaca» o «pirateo», los errores evolutivos persisten porque la selección natural no se ha molestado en atajarlos todavía”.
Borrachos brinda esa cuota que solo puede permitirse el ensayo y un autor con la carrera de Slingerland: un discurso moderadamente libre, de fuerte impronta personal, lúdica, de prosa embriagadora, un juguete que parecería burlar a la academía desde el planteo de su tema, pero a la vez no pierde rigor científico, que se evidencia al examinar la obra y observar sus extensas notas al pie, agradecimientos de una comunidad científica (y no tanto) que leyó y opinó sobre el texto, una bibliografía y un índice analítico con términos, autores y demás por página.
La ingesta e intoxicación alcohólica ha tenido un rol civilizatorio: bajo sus efectos somos seres sinceros. Y el alcohol es parte de la supervivencia de la especie humana: a nivel individual ayudó a las personas a sobrevivir y prosperar, pero sobre todo fue necesario para que las culturas perduraran y se expandieran. La borrachera, ese eslabón perdido que toma Slingerland para recorrer la evolución humana y que Borrachos toma como constante materia de análisis, es irrefutable, aun si continúa siendo lúdica o motivo de burla y molestia en los más conservadores: su tesis va acompañada del rigor de un investigador que elige un corpus, lo cita y referencia. Esto le garantiza al lector, por un lado, una obra invaluable en términos académicos y científicos, pero, a la vez, una lectura que se sentirá como esa humanidad al embriagarse: un “alegre puntillo”, o el bienestar sensorial que produce tener en las manos un libro insaciable como Borrachos.