No es complicado deshumanizar a alguien. Sobre esta premisa vuelve una y otra vez Cara de liebre, de Liliana Blum, una novela tan atrapante como dolorosa, y por momentos solo para estómagos resistentes, que humaniza y deshumaniza a sus personajes hasta el punto en que el mundo de lo bestial se mezcla con el de los humanos y se queda allí para siempre.
Que nos amen es uno de los deseos más legítimos que nos interpelan como seres que sienten. ¿Cómo expresarlo? Nuestra protagonista encuentra un canal desesperado para sublimar su necesidad de reconocimiento afectivo. Ella, con la cicatriz que la traiciona por haber sufrido operaciones fallidas tras nacer con labio leporino, se ve sujeta a una infancia y una vida de escarnio. Encarcelada dentro de su propia cara por el régimen de normalización de los cuerpos, Cara de liebre crece en el terreno de lo monstruoso, de lo abyecto, del que, en su horror, es débil para sobrevivir entre los más fuertes. Pero no es así en realidad, porque alimentar a un monstruo solo puede terminar en una cosa: el monstruo algún día acabará con nosotros.
Ella, con la cicatriz que la traiciona por haber sufrido operaciones fallidas tras nacer con labio leporino, se ve sujeta a una infancia y una vida de escarnio.
Un rostro de liebre que ha escapado tantas veces que ya no teme ser atacado; una depredadora que cambia el curso de la historia de su especie. Así llega, después de un recorrido impronunciable, frente a Nick Narciso, como le gusta llamarlo. Nick es todos los varones heterosexuales que hemos visto fracasar o triunfar en un escenario; es todos los hombres blancos, todos los hijos únicos de casas con servidumbre. Nick es dos grandes ojos azules y un puñado de clichés sin mayor importancia. Liliana Blum trabaja una manera tan sutil de describir personalidades que nos interpela.
Quizá lo más importante que tenga para contarnos este varón es que, parafraseando a Naomi Wolf, las mujeres estamos más dispuestas a perdonar a los hombres que no cumplen sus propios estándares de lo que ellos están dispuestos a perdonarnos a nosotras. Nick no es agradable, no es inteligente, no es talentoso, ni siquiera huele bien. Resulta más fácil definirlo, a fin de cuentas, por lo que no es. Sin embargo, en la historia hay al menos dos mujeres gastando todas sus energías alrededor de él.
La otra mujer de Cara de liebre es Tamara, quien espera un hijo de Nick y al mismo Nick. Ella es la representación arquetípica de la que espera. Las escenas en las que es manipulada, menospreciada por este niño grande maloliente, son dolorosas porque es sencillo empatizar con situaciones similares de nuestras propias historias. Así es como la autora coloca a las lectoras en una de las disyuntivas más incómodas: la de la empatía por los personajes femeninos. ¿Por qué empatizamos con estas mujeres? ¿Qué camino elegiríamos si fuéramos una de ellas, si somos una de ellas?
Quizá lo más importante que tenga para contarnos este varón es que, parafraseando a Naomi Wolf, las mujeres estamos más dispuestas a perdonar a los hombres que no cumplen sus propios estándares de lo que ellos están dispuestos a perdonarnos a nosotras.
La pregunta sobre la deshumanización es literal. La autora, Liliana Blum,juega con ese rasgo que no se observa, se palpa. Cara de liebre no es humana, no es entendida como humana, no solo por el defecto facial que la delata, sino por su cuerpo voluminoso y perfectamente amoldado a los estándares tradicionales. Si no es un monstruo, golpeado y humillado por sus compañeras de infancia, es un objeto maltratado de igual manera por el machismo y, más específicamente, por el machismo mexicano. Ella hará lo que sea necesario para que sus “novios” sean dóciles y para que nadie vuelva a abandonarla.
La lucha de Tamara por expresar su deseo también comienza en la infancia, burlada por sus intenciones de ser artista, y continúa en la adultez, deshumanizada por un hombre-niño del que no podrá desprenderse hasta que sea capaz de tomar decisiones definitivas.
Lo interesante del desenlace, y aquí podrían dejar de leer si no conocen el final de la historia, es que ninguna de estas mujeres es formalmente condenada. Han pagado sus deudas sociales por adelantado y su venganza se ha servido fría.
La pregunta sobre la deshumanización es literal. La autora, Liliana Blum, juega con ese rasgo que no se observa, se palpa.
El libro de Liliana Blum, incluso a través de la comicidad, nos coloca frente a interrogantes que resultan tan contemporáneas que incomoda resolverlas. Quizá no encontraremos una respuesta, pero sí iremos a lo profundo de nuestras biografías, de la pregunta sobre nuestro deseo, sobre las diferencias sexogenéricas. Hay que reconocer que Cara de liebre es una interesante antiheroína para pensar todo esto.