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Rubem Fonseca: de policía a policial

Rubem Fonseca: de policía a policial

Los dos libros finales de Rubem Fonseca, Calibre 22 (2017) y Carne cruda (2019), ambos editados por Tusquets, comprueban que la literatura negra puede valerse de cualquier tipo de personajes para presentar una historia, para narrar lo indecible. Hablamos de una zona paradójica de indeterminaciones que deambula al borde de la ficción, que bajo la forma de la presunción en la indagación policial propone un desvío radical en los encadenamientos lineales de la realidad.  

En ese sentido, los últimos cuentos de Rubem Fonseca evidencian que no es necesario un desarrollo redundante para contar una trama policial realmente cautivadora; apenas un cambio de humor puede ser justificación para un crimen o, al menos, para un giro en la trama, para una venganza, para que la sangre brote. 

Fonseca tiene una forma de narrar descriptiva, cruda, insolente; pareciera que se entrenó para sorprender al lector con cada nuevo cuento. Su estilo es de un brutalismo tal que en pocas líneas abre cajas de sentido y logra que todo resulte posible; lo arbitrario de las tramas puede derivar en cualquier situación y todo y todos quedan atravesados por el mandato del género: hasta la historia oficial o quienes detentan el poder político están bajo un régimen de sospecha en una realidad esquizofrénica.

Rubem Fonseca tiene una forma de narrar descriptiva, cruda, insolente; pareciera que se entrenó para sorprender al lector con cada nuevo cuento. Su estilo es de un brutalismo tal que en pocas líneas abre cajas de sentido y logra que todo resulte posible.

Los personajes son tan transparentes que es casi imposible no darse cuenta de que ocultan cosas, mienten y disfrutan al hacerlo. No son lo que dicen ser —casi ninguno—, los traspasa el mundo que habitan, que no suele plantearse como muy diferente al nuestro. Y el universo que suele mostrarnos Fonseca es avallasante: ahí, la lógica y el sentido común están desvanecidos. Eso es suficiente pretexto para que los personajes se rebelen contra sí mismos o contra el entorno, y desaten carnicerías de lo más gráfico en las letras: un psicólogo que nunca estudió, una ingeniera forestal que nunca pisó un bosque, un asesino con códigos, un intrépido millonario que se convierte en escritor para animarse al suicidio; asesinos y muertos, muchos muertos. La gama de personajes es suficientemente amplia como para armar un mapa de la delincuencia social. 

En la ficción de Rubem Fonseca la farsa ácida corroe, y lo hace a tal grado que incluso penetra a la realidad. “Todos estos nombres son ficticios, los hechos son verdaderos”, define bien en una de sus obras; los acontecimientos se ven marcados por las inflexiones mismas de los días, momentos de quiebre en el devenir de la cotidianidad de seres turbados por situaciones que los conmueven, que no pueden pasar por alto, y a partir de un sencillo plot point, su respuesta será una acción de consecuencias definitivas. 

¿Y de dónde sacó tantos personajes e ideas? Por si no lo sabes aún, en 1952 Fonseca fue alumno destacado en una escuela de policía y luego se dedicó a patrullar las calles del distrito de São Cristóvão, en Río de Janeiro; más tarde estudió Derecho y fue abogado penalista. En aquel entonces no demostraba interés por la literatura, fue hasta sus 38 años que se dedicó a escribir de tiempo completo.  

En medio de todo esto, queda clara una cosa: 70 años más tarde, la hipótesis de que estas vivencias quedaron impregnadas en su memoria celular es certera. Su formación le posibilitó impregnar su literatura de esa violencia callejera, la del hampa, la de la ley del barrio, la del juego entre bandos mezclados en una sociedad a la que le cuesta distinguir entre el bien y el mal, y que se hacen justicia por mano propia.

Con ironía y humor negro, la verborragia vertiginosa del bromista revela la contracara de un universo más profundo. 

Tan solo en estas dos compilaciones caben 55 relatos. Y va al grano: algunas de las narraciones no superan las dos páginas, otras son apenas más extensas, aunque algunas más —como “Calibre 22”, que da título al penúltimo libro— son largas. También aparecen textos en clave poética, como “Aparecida”, perteneciente a Carne cruda

Con ironía y humor negro, la verborragia vertiginosa del bromista revela la contracara de un universo más profundo. Igualmente son perceptibles los hilos conductores de cada relato, tanto, que por momentos es como si se repitieran los asesinos, estafadores, misóginos, homofóbicos; los seres despreciables y las víctimas. Incluso da la impresión de que ciertos personajes interactúan entre sí a pesar de hallarse en diferentes cuentos. Pero si hay constantes entre los relatos de Fonseca, esas son las brujas, las relaciones carnales, la envidia, la necesidad de dar todo por el dinero, y que más allá de los códigos de los asesinos, matar a otro ser humano cuesta tan poco como aplastar un insecto.

Rubem Fonseca decide atacar al futuro, desmembrarlo y colocarlo como rompecabezas, aunque haya piezas que no corresponden.

Así como son recurrentes el dolor, la sangre, Dios y el sufrimiento, los placeres también resurgen a cada instante: el sexo —mucho sexo de unos y de otros, de todos y todas—, el alcohol, las drogas, los puros de calidad, el whisky importado, la champaña y sabrosa carne cruda, además del gusto por las armas —muchas— que desfilan por las páginas: Walther .45, Smith & Wesson 686 .38 Special, Beretta .45 con balas de punta hueca, Taurus .45 y hasta un sencillo calibre .22.  

Todo puede ocurrir en los cuentos de Rubem Fonseca. 

Rubem Fonseca

Rubem Fonseca

"(Minas Gerais, 1925 - Río de Janeiro, 2020) Es uno de los escritores más sobresalientes de Brasil de los últimos tiempos. Su narrativa, con un estilo agudo y mordaz, le ha valido innumerables distinciones: el Premio Camões (el más importante en lengua portuguesa), el Premio Konex Mercosur a las Letras, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, y el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, entre otros. El tratamiento de la crueldad, las situaciones corrosivas en las que ubica a sus personajes y los giros de humor son sellos característicos dentro de su obra, un estilo que ha marcado pauta para más de una generación de escritores. La obra de Fonseca ha sido traducida a múltiples idiomas, y se le considera uno de los referentes obligados de la novela y el cuento policiaco."

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