Hubo un tiempo en que los cómics eran catalogados entre lo más bajo del entretenimiento, productos simples y estrictamente enfocados al público infantil, razón por la cual si alguien que rebasaba tal rango de edad era sorprendido con este tipo de lectura, corría el riesgo de convertirse en el blanco del menosprecio y las burlas.
Fue entonces que surgieron escritores cuyos trabajos demostraron que todo medio puede ser factible de tratamientos respetuosos e inteligentes, incluyendo el mundo de las viñetas. Eran los ochenta, nos encaminábamos al umbral de un nuevo siglo y entre tales creativos se encontraba el mismísimo Neil Gaiman. Este creador, a diferencia de sus colegas contemporáneos que aludían por los discursos políticos como principal materia prima, apostó por explorar la condición humana.
De esta forma, las obras de Gaiman elaboraban pasajes adultos sobre mundos extraordinarios plagados de símbolos y alegorías, tan sugestivos, complejos y sorprendentes que le llevaron a penetrar profundamente en el colectivo popular, pero al mismo tiempo tan poco convencionales que le permitieron conservar su estatus de figura de culto.
Prueba de lo anterior es Historias probables, un puñado de pequeñas pero llamativas rarezas, donde el también creador del legendario The Sandman —saga que ya fue tomada para una producción de Netflix— sabe detectar ese punto de picazón dentro de lo cotidiano que solemos asfixiar con el inconsciente, para hacerlo detonar en la inquietud hasta convertirle en una pesadilla que irónicamente empuja a la reflexión.
De tal modo, entre espeluznantes juegos de ficción dentro de la ficción, con fantasmas, canibalismos y peculiares usurpaciones de cuerpos, los pasos de los protagonistas —que van de un sujeto cuya relación con su pene le lleva a pensar que está perdiendo el control sobre sí mismo debido a una enfermedad viral, a un hombre cuya vida transita marcada por un enfermizo lazo con la modelo de una revista— va arrojando apuntes sobre temas como la sociopatía, la trascendencia de los iconos a través de las obsesiones y la dependencia.
Pero eso no es todo, además Neil Gaiman recupera —y con creces— los rasgos característicos del género de fantasía en su estado más puro, dígase la crueldad y oscuridad que solían impregnar los universos transitados por reyes, hechiceros, enanos y caballeros, reinventando relatos que con los años se han perdido entre versiones mediáticas ligeras.
Tal es el caso de Blanca Nieves que con Nieve, cristal y manzanas, Neil Gaiman encuentra una siniestra variante dentro del romance del cuento de hadas, al cambiar la perspectiva y contarlo todo en la voz de la madrastra. De esta forma, convierte a la otrora joven protagonista en una criatura cuya belleza es directamente proporcional a su sangrienta voracidad emparentada con el sexo. Las retorcidas implicaciones sobre los vínculos de los impulsos físicos, con el amor, la culpa y la redención son enfrentados con mitos convertidos en prejuicios.
Sin duda, un título con una narración mustia y seductora, cuya deliciosa manipulación explota con las elegantes ilustraciones de Colleen Doran, impulsadas por el espíritu de los trabajos del artista Harry Clark, que ella misma reconoce como su principal inspiración. De ahí que veamos postales llenas de cuerpos que se entrelazan y se escurren entre auras materializadas, cual estampados en tela, y objetos de aire sacro que rayan en lo inmaterial, casi flotando en el espacio al estilo de las obras del célebre austriaco Gustav Klimt.
Por supuesto, no podemos dejar de hablar de los alcances que Neil Gaiman tiene en American Gods, obra que ya también cuenta con una brillante adaptación para la pantalla chica vía Lionsgate —antes Starz—.
Aquí las andanzas de un exconvicto convertido en guardaespaldas de una divinidad, pone al día el ejercicio de los clásicos de la literatura al trastocar con cinismo y desencanto lo celestial con lo mundano: trae a los dioses a la tierra para sumergirlos en una guerra sobre la naturaleza de la fe ante la época moderna, donde los cultos han cambiado y estos seres dependientes de las creencias también buscan sobrevivir a su manera.
El título de esta obra de Neil Gaiman no podría ser más revelador, pues si algo ha quedado claro con los años, es que los países se han convertido en negocios, con el hombre arrastrándose entre el sistema y su afán de comercializarlo todo.
Por supuesto, este escrito también cuenta con su traslado al arte secuencial, vía un agudo guion de P. Craig Russell y enriquecido con la propuesta visual de Scott Hampton. La intensidad de Hampton a veces sede el protagonismo a los lápices, en otras a las pinceladas, con las figuras de los protagonistas diluyéndose espectrales como sus creencias ante la globalización.
He aquí tres razones por las que Neil Gaiman, uno de los responsables de la reivindicación del mundo de las viñetas —por encima de las frívolas opiniones de quienes le estigmatizaron—, y uno de los pilares de la novela gráfica, cuya bibliografía —que puedes encontrar en México bajo el sello de Planeta Cómic— es de innegable vigencia.