La violencia nos cruza, nos aliena, nos pone en el filo de la demencia, nos moldea un lado oscuro, nos enajena, nos lleva a pensar cosas que nos afectan y a hacer cosas que, de otro modo, no estaríamos dispuestos a hacer. En eso radica la avidez literaria de Antonio Ortuño. Te incluye, eres partícipe de las acciones de La fila india.
Vernos obligados a dejar actividades de nuestra vida cotidiana también es una manera de violencia. Cuando las situaciones rompen el devenir de los acontecimientos, los pensamientos nos trasladan a una suerte de fila india. Sentimos que todos —tú también, lector, tú también, Antonio Ortuño— nos encaminamos hacia el mismo destino violento, del que no podemos escapar.
Tal vez por eso, leer La fila india es un antídoto que nos abre los ojos; una ventana a una realidad no tan lejana, pero abstraída del dolor físico, más allá de la angustia: es pura literatura de Antonio Ortuño.
Esta novela es un derrotero de fracasos de la verdad
Esta novela es un derrotero de fracasos de la verdad, que nunca vence en situaciones en las que las personas son tratadas como mercancía. No hubo ola migratoria en la historia del mundo moderno que no haya estado preludiada por una catástrofe, por la muerte en masa, por atrocidades regentadas por el mismo ser humano y por su inquebrantable necesidad de alivianar la carga que nos genera la mismísima existencia; cada uno tendrá sus motivos, pero no todos actúan de la misma manera. La verdad ha muerto, según Antonio Ortuño.
Antonio Ortuño nos hace testigos silenciosos de una frontera marcada por la violencia.
La fila india se atreve a tomar la violencia de manera literaria: la polifonía, los cruces de voces de los personajes, la arbitrariedad del humor y la obsesión por la verdad nos llevan a una lectura compenetrada, que nos deja de lleno en el mismo cuadrilátero donde ocurren los ataques. Somos parte del todo, nada se nos escapa, estamos inmersos en el momento justo en el que suceden las atrocidades.
Algunas de las frases que atraviesan la novela nos dejan la sangre helada, como si no pudieran ser leídas, pero al hacerlo, nos despertaran de un letargo: Dormían, roncaban, daban vueltas en sus camas, todos en el país, sin molestarse por unas pocas zanjas, unas viles masacres, unas pinches fosas comunes repletas de huesos.
La realidad es una cachetada seca, que resuena como libro cerrado de manera brusca: Los funcionarios, ahora y acá, no prometen la muerte. Solamente, en silencio y susurro, la constatan.
Antonio Ortuño nos hace testigos silenciosos de una frontera marcada por la violencia. Acaso no lo somos a diario, cuando leemos las portadas de los periódicos, cuando nos enteramos de las noticias que los grandes medios no se animan a contar, a través de canales alternativos, y miramos hacia el costado porque no nos sentimos culpables, tampoco sabríamos qué hacer en caso contrario. Quizá la literatura es la forma que tenemos de revelarnos, de anunciar que algo no funciona como debería.
Lo vemos, lo sentimos; sabemos que hay un mundo injusto, desigual. Antonio Ortuño se encarga de narrar estas verdades silenciosas para que las vivamos, para que las sepamos de lleno, con ese desequilibrio que caracteriza a la violencia, pero de la mano de la literatura, que agrega el aura de la belleza, que puede aunar la magia a la tristeza y el encanto a la oscuridad. La fila india es un libro indispensable para entender los tiempos que corren, con la destreza y la pluma magistral de un narrador como Antonio Ortuño, que nada acalla.